sábado, 11 de mayo de 2013

HUMBERTO JAIMES Q.: SIN EL JEFE--(STALIN, RUSIA, 1953)--NO SOMOS NADIE--EUD, 11--05--13--

Sin el jefe no somos nadie HUMBERTO JAIMES QUERO| EL UNIVERSAL sábado 11 de mayo de 2013 12:00 AM La desaparición física de Joseph Stalin, el hombre que con puño de acero contribuyó a sentar las bases de la extinta Unión Soviética, fue un hecho de infinitas lamentaciones y consecuencias para las masas de la federación rusa. Fue un verdadero trauma propiciado desde la propia maquinaria estatal de propaganda, cuyo énfasis en el culto a la personalidad en torno el jefe tal vez no tiene comparación en la historia contemporánea. Stalin se convirtió en una parte fundamental del paisaje soviético. Su voz acompañaba a la gente desde el amanecer hasta el anochecer, a través de sucesivas emisiones raciales; su rostro era común en los grandes espacios públicos y privados, a través de globos, pancartas, murales y otros artilugios de meticulosa fabricación; y sus frases hacían las veces de enseñanzas cuasi bíblicas para millones de campesinos y proletarios. Todo ello se hacía con asombrosa regularidad, era parte de la vida misma. El objetivo era celebrar los logros del sistema comunista pero al mismo tiempo rendir reverencia a una suerte de mandatario Todopoderoso, que, según la creencia generalizada de la época, movía todo lo que se podía mover en la Unión Soviética, incluso en las lejanas estepas siberianas. Al pueblo raso se le inculcó tal sentimiento de dependencia respecto a Stalin que este hombre de carne y hueso prácticamente se convirtió en una suerte de Padre Protector de las multitudes, de Padre Espiritual, a quien se debía casi todo y sin el cual casi nada era posible. Pese a que en la práctica, paradojas de la vida, fue un personaje siniestro, tenebroso, responsable del terror impuesto a la sociedad, y cuya mejor expresión fue el aniquilamiento de millones de personas, incluidas víctimas inocentes y prisioneros de conciencia. La propaganda había logrado lo que para muchos podía ser impensable: que un hombre nada inocente fuera amado por su pueblo. Pero también trajo sus secuelas dolorosas. Cuando se difundió la noticia de la desaparición física de Stalin (1953), miles de rusos se lanzaron a las calles, desesperados, llorando, llenos de desesperanza e incomprensión. Vivir sin Stalin era algo casi absurdo, no estaba en los planes de millones de rusos, no podía ser parte de la cotidianidad. Para muchos surgió la terrible sensación de que sus vidas habían perdido sentido. Surgió la idea de que "sin el jefe no somos nadie". humjaro@yahoo.com

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