miércoles, 13 de marzo de 2013

A. MOLEIRO: HUGO CHÁVEZ DE FRENTE Y DE PERFIL--CARACAS, 11--03--13--

Hugo Chávez, de frente y de perfil; por Alonso Moleiro Por Alonso Moleiro | 11 de Marzo, 2013 --(http://prodavinci.com/blogs/hugo-chavez-de-frente-y-de-perfil-por-alonso-moleiro/)-- Como algunos otros periodistas de similar procedencia y vocación, hice durante todos estos años una torrencial, exhaustiva y agotadora cobertura del devenir público de Hugo Chávez Frías y su proyecto político. Realicé incontables entrevistas, reportajes y crónicas documentando sus pasos y estudiando su figura; transcribí muchos de sus interminables discursos; ejecuté una navegación sobre su historia personal y sus influencias e hice numerosos reportes, a veces en clave de análisis, para espacios radiales y televisivos. Fueron muchas las guardias dominicales de fin de semana en el diario El Nacional en las cuales se me asignó la cobertura completa del Aló Presidente: particular encomienda que signó una manera de hacer periodismo en la década anterior. La reseña “el aló” preservaba al delegado de la obligación de salir a la calle, porque se trataba de presenciar su alocución por Tv durante las seis o siete horas siguientes, pero a cambio lo obligaba a almorzar con el plato sobre el teclado de la computadora y un televisor frente a sí. Durante las primeras cuatro horas el presidente Chávez podría perfectamente no decir nada relevante, salvo echar cuentos de sus años en Barinas y bromear con terceros. Al minuto siguiente, sin embargo, podía sorprender al periodista más incauto disparando verbalmente una noticia tras otra. La nota debía estar lista en la hora siguiente a la mitad de su tamaño original, con el consabido efecto noticioso. II El protagonismo público de Chávez, su presencia misma, marcó de forma muy especial a muchísimos periodistas de mi generación. La mayoría de ellos no lo soportaba y rehuía cualquier obligación que comportara tener que escucharlo demasiado rato. En muchachos de 26 o 27 años lo “cool” era procurarse fuentes vinculadas a los medios, al espectáculo, a los encartes dominicales o a la gastronomía. Otros lo veían con preocupación e intriga: quizás por eso mismo no paraban de hablar de él. Fueron tantas los reportajes, entrevistas y análisis redactados, que alguna vez llegué a preguntarme en silencio hasta cuando iría a glosar a este movimiento y a su corriente. Hasta cuando me iba a tocar escribir la palabra chavismo: ese vocablo que entró con el siglo XXI a nuestras vidas, y que los programas de Word, entonces en expansión, se empeñan en subrayar en rojo, como si nadie supiera de qué se trataba. Corriente esta, todo hay que decirlo, que parió a su vez a la otra, su variante opuesta, casi tan grande como ella, igual de combativa, y algunas veces, casi tan beligerante: el antichavismo. El furibundo movimiento opositor que año tras año ha ido ha ido depurándose y aprendiendo en el combate. Es una circunstancia que, además del turbulento tiempo histórico en curso, guarda una relación muy especial con la vocación para las cámaras y los micrófonos y las indudables habilidades como comunicador del líder aludido. Pérez, Herrera, Lusinchi, Caldera: todos eran políticos con menos exposición y locuacidad. Además, cuando comenzamos a trabajar como periodistas ya tenían largo tiempo de vida pública. Este largo intervalo histórico, que ahora cierra un ciclo, incluye su primera alocución pública, la del “por ahora”, que pude presenciar siendo un estudiante a la mañana siguiente del golpe, el martes 5 de febrero; la rueda de prensa que ofreciera en la vieja sede del Ateneo de Caracas cuando fuera indultado por Rafael Caldera, en agosto de 1994; su periódica visita a los medios con liquiliqui durante los años posteriores y su primera candidatura presidencial en 1998. Esperé largamente por Chávez para participar por la rueda de prensa que ofreció aquella tarde de Diciembre, también en el Ateneo de Caracas, en la cual afirmó “mi triunfo estaba escrito” y recordó a sus compañeros ausentes, caídos en la intentona golpista del 4 de febrero. Por entonces era muy popular la leyenda aquella según la cual le apartaba un sillón vacío a Bolívar para que participara en sus reuniones. Lo hice también luego de su jura ante la Asamblea Nacional, ceremonia en la cual habló por primera vez de la Constitución “ moribunda” y casi hace llorar a Andrés Pastrana al expresar su solidaridad con las víctimas de un terremoto que en 199 9 tuvo lugar en Colombia. El centro de Caracas por entonces andaba en ruinas; la marea roja presente sometió a una inclemente rechifla a algunos ministros del gabinete saliente. También lo aguardé pacientemente en diciembre de 2006, en lo que fuera una de las últimas asignaciones que, en lo personal, llevara adelante para El Nacional, al momento de ser proclamado ganador por el Consejo Nacional Electoral. Aquella mañana sonaba el estribillo marcial “Mi Comandante se queda”. Cuando salió del carro, fue recibido por un grupo de sus seguidores que lo esperaba delirante para fotografiarlo con sus celulares. Un Chávez estoico y sonreído saludaba golpeando al puño izquierdo contra su palma derecha. Aquella mañana tuvo palabras cordiales para el candidato derrotado, Manuel Rosales, y prometió “la más amplia libertad de pensamiento y expresión para todos los venezolanos”. III En lo tocante a las formas, el país conoció a dos Chávez: el primero, extremadamente delgado, engolado y marcial; determinado, pero algo crudo, citando autores de forma superficial. Recogiendo las señas de Luis Miquilena y José Vicente Rangel para tomar decisiones ante un universo de adversarios que no conocía del todo. Y el segundo, crecido luego de los sucesos de abril de 2002, campechano y vulgar, entrado en carnes, notablemente depurado en astucia y talento político, absolutamente dueño del escenario y, de forma evidente, mucho más difícil de persuadir. Con el paso de los años, además, más formado en el terreno teórico. Nunca le tuve la menor simpatía a los postulados de Chávez. Incluyo acá la estética de su movimiento, su interpretación de la historia, su retórica, su forma de proceder y la relación subordinada con sus colaboradores. Como periodista y sujeto cívico, toda la vida lo que he hecho es adversario. Alguna vez, sin embargo, como le ha sucedido a otros, me sorprendí riéndome con sus ocurrencias en la televisión. Durante el interregno comprendido entre el 2004 y el 2006, hice un esfuerzo especial por comprender el país en el que vivía y comencé a desplazarme entre las fuentes que alimentaban su movimiento; los fundamentos que inspiraban a sus organizaciones sociales de base; el alcance de sus programas sociales, sus expresiones más radicales y sus tesis políticas. Un recorrido respetuoso que me hizo desarrollar una relación fluida y correcta con muchos de sus dirigentes –especialmente William Lara y el hoy presidente Nicolás Maduro. Aquellas experiencias y contactos, que me hicieron aprender mucho y que entonces consideraba todo un haber, se perdieron conforme el chavismo continuó su metamorfosis e institucionalizó el strip tease de la radicalización. Aunque lo tuve cerca muchas veces y conversé largamente con muchos de sus colaboradores, jamás pude entrevistar a Hugo Chávez. Es una frustración que también comparto con muchos colegas de mi edad. IV Una vez, en una visita a Caracas, el célebre periodista polaco Richard Kapucinski, nos dijo a un grupo de periodistas que Chávez era la expresión “de la crisis de la democracia liberal”. No era un caudillo más: se trataba de un fenómeno político. Hoy podemos afirmar que Chávez fue la expresión política y electoral del estallido del 27 de febrero, esa fecha triste que el oficialismo invoca con tanto deleite: un tsunami lanzado gota por gota; la expresión institucional del caos y la justicia unilateral. Es una rigurosa verdad histórica que Chávez fue abiertamente menospreciado a causa de sus gustos nativistas y la rocambolesca solemnidad de su proceder. Si algo debería quedar claro a todos con esta experiencia es que la inteligencia no es, necesariamente, un valor estético: la oratoria de Chávez, desprovista de algún brillo particular, cruzada por estereotipos, fue especialmente popular y efectiva, y junto a una voluntad de acero y una indudable creatividad, la palanca que hizo posible la creación efectiva de políticas estructuradas. Eso y no otra cosa fueron el Alba; la Celac; las modalidades participativas populares de carácter celular; Telesur; algunos experimentos financieros; Barrio Adentro o los Frentes de Misiones Sociales. Una realidad sociopolítica poderosa, ejemplos hechos realidad de lo que, en política, se denomina una idea-fuerza: la verdadera prueba de un auténtico organizador de masas. El menosprecio al que me refiero, en parte, hizo posible que su discurso revanchista quedara sembrado en una parte del país. Deja Chávez en esta materia una escuela para interpretar la realidad nacional. Fue Hugo Chávez ocasionalmente clemente, pero habitualmente implacable: incapaz de concederle créditos a sus enemigos y de perdonar una falta. En materia de convicciones y objetivos, una potente disco duro de sectarismo ideológico, que portaba, de forma alternativa, algunos programas de “software” conciliadores pertenecientes al ámbito burgués. La fórmula que necesita todo político exitoso en el poder. Este dirigente sectario, paternal, impulsivo, comprensivo con sus seguidores, indudablemente valiente, incapaz de ver humanidad en aquel que no lo acompañara, construyó, con el deleite de un artista, el país que tenemos hoy: una sociedad parcelada, compuesta por dos campos: el suyo, en el cual era el rey de la comarca; y el otro, aquel que lo ha enfrentado, por definición enemigo de la causa nacional, al cual se dedicó a hostilizar, atormentar y zaherir con notable astucia. Si, como dicen los chavistas, acordar es cosas de burgueses, la palabra que define a Chávez es el conflicto. Para quien escribe estas líneas, Hugo Chávez ha sido uno de los políticos con mayor talento de las últimas décadas en toda Latinoamérica. La efectividad de sus decisiones guarda relación con sus ambiciones y lo poco que le importaban las formalidades institucionales. La obsesión por quedarse en Miraflores a todo trance, el celo por supeditar las grandes decisiones nacionales a la conveniencia y salud de su movimiento, lo convirtió, también, en uno de los peores administradores que haya conocido Venezuela. La historia le irá reconociendo algunas cosas, pero con toda seguridad el juicio final de sus ejecutorias será mucho más crítico de lo que en este momento alcanzamos a ver. Hugo Chávez puso sobre la mesa el tema de la pobreza y le tendió la mano a muchos desposeídos. Deja también una sociedad dividida, violenta, atormentada y caótica, con la inflación más alta del mundo, institucionalmente destrozada y con un aparato productivo en ruinas.

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