Conjunto de artículos sobre temas variados de naturaleza política, social, económica, humorísticos, y filosóficos; publicados, o por publicarse en diferentes páginas web, o medios impresos; escritos por mi persona, o por otros autores; y que abarcan problemas relativos a Venezuela, América Latina, y el resto del mundo.
martes, 4 de noviembre de 2014
POPULISMO TOTALITARIO—II—DOMINIO PSICOLÓGICO DE LAS MASAS—
LECTURA
EL FASCISMO Y SU DOMINIO PSICOLÓGICO DE LAS MASAS
INTRODUCCIÓN
Más allá de las razones políticas, económicas y culturales que propiciaron el surgimiento del fascismo -y del nazismo especialmente-, se deben observar otras razones que no necesariamente entran en la lógica de un análisis racional de este fenómeno. O en palabras del autor nacionalsocialista Wilhelm Stapel: “Dado el carácter elemental del nacionalsocialismo, resulta imposible atacarlo con ‘argumentos’. Los argumentos sólo tendrían efecto si el movimiento se hubiera impuesto con ayuda de argumentos”.
Si tomamos el caso de Alemania, la gigantesca acumulación de poder que ostentaba Adolf Hitler no estaba basada sólo en coordenadas políticas dentro del III Reich: la razón principal de este éxito fue el empleo de la violencia psíquica. La propaganda del régimen nacionalsocialista se basaba sobre esta Führerideologie (ideología del jefe). Renunciando a toda argumentación objetiva, los llamamientos de Hitler al pueblo alemán consistían en presentar a las masas solamente “la gran meta final”. El tipo de mando autoritario y carismático (retomando el concepto de Max Weber), otra de la características distintivas del fascismo, tiene una estrecha relación con esta situación de presión propagandística basada en el miedo.
El propio símbolo gráfico del fascismo era el de la violencia: el fascio, del latín fasces, haz de varas que según la leyenda histórica tiene origen en el primer cónsul de Roma, Brutus (VI a.c.), quien hizo apalear públicamente a sus hijos y acabarlos a hachazos por haber conspirado contra el Estado. Este instrumento de castigo, inspirador de temor, se convirtió en símbolo del poder en Roma: el haz de varas ligadas con una cuerda alrededor de un hacha. Los lictores, junto al cónsul, portaban este emblema para ejecutar en el acto las sentencias de éste: flagelar, ahorcar o decapitar.
Este símbolo, devenido en símbolo del fascismo, tenía, en comparación con la cruz gamada de Hitler, la desventaja de ser muy complicado y por ello no poder ser dibujado en cualquier parte y por cualquiera, como sucedía con la svástica, las tres flechas socialistas o la cruz.
La psicología de masas del fascismo
El estudio de la eficacia psicológica de Hitler sobre las masas debía partir de la idea de que un führer representante de una idea, no podía tener éxito (no un éxito histórico sino esencialmente pasajero) más que si sus conceptos personales, su ideología o su programa se encontraban en armonía con la estructura media de una amplia capa de individuos integrados en la masa. Un führer no puede hacer la historia más que si las estructuras de su personalidad coinciden con las estructuras de amplias capas de la población, vistas desde la perspectiva de la psicología de masas. Dice Domenach: “es innegable que un cierto número de mitos hitlerianos correspondían o bien a una constante del alma germánica, o bien a una situación creada por la derrota, el desempleo y una crisis financiera sin precedentes”.
Como todo movimiento reaccionario, el de Hitler se apoyaba en varias capas de la pequeña burguesía. Se caracterizaba a este segmento social mediante la metáfora de un ciclista: “por arriba curva su espalda, por abajo patalea”(“Nach oben buckelt er, nach unten tritt er”, según lo citaba P. Reiwald). Con esto se quiere explicar un componente psicoétnico del pueblo alemán: la sumisión hacia quienes están encima y la brutalidad para con los de abajo. Había también un componente místico en las clases medias alemanas, que Hitler aprovechó para proclamar que Alemania era la encargada de cambiar el mundo. Esto, sumado a la profileración de corrientes intelectuales reaccionarias (Gobineau, Wagner, Chamberlain, quienes ponían el acento sobre todo en la cuestión racial, y otros que apelaban al espíritu guerrero del pueblo aleman, magnificando las gestas teutonas) a fines del siglo diecinueve, creó el caldo de cultivo para la proliferación de este tipo de fenómenos.
Hay algo evidente: cuanto más numerosa e influyente en una nación es la clase media, más probable es que haga su entrada en la escena política como fuerza social. Por otra parte, las contradicciones intrínsecas del fascismo no hacen más que reafirmar su base de masas de clase media. Que los intereses subjetivos de estas masas hayan sido aprovechados por Hitler al incluir en su plataforma la lucha contra el gran capital, y que el fascismo, en su función objetiva, se haya convertido en defensor fanático del imperialismo y pilar del orden económico del gran capital, son hechos que llevan a la convergencia en el nacionalsocialismo.
Para comprender la ideología, la situación del pequeño campesino, del funcionario y del comerciante medio hay que tener en cuenta sus matices económicos, pero fundamentalmente su identidad familiar común .Si nos focalizamos en las clases medias urbanas, vemos que la rápida evolución de la economía capitalista en el siglo XIX lleva a la pauperización de los pequeños comerciantes y artesanos. Ante las grandes industrias, que producen más barato y más racionalmente, las pequeñas empresas están destinadas a desaparecer. Esta situación los llevaría tarde o temprano a confundirse con la gris masa del proletariado.
La pequeña burguesía se rebeló, al fin, contra el sistema, encarnado en el “régimen marxista” de la socialdemocracia. Pero dado el carácter competitivo de los estratos medios, fundamentalmente de los funcionarios del estado, no se observa una identificación de la pequeña burguesía con sus pares o con los obreros industrales, un sentimiento de solidaridad, lo que Marx acuñó como “conciencia de clase”.
La conciencia social del funcionario no está determinada por el sentimiento de una comunidad de destino con sus colegas, sino por la actitud cara a la autoridad establecida y a la “nación”. Para el funcionario esta actitud consiste en una identificación absoluta con el poder estatal; súbditos con respecto a la autoridad, se convierten en los representantes de esa misma autoridad en sus relaciones con sus subordinados y, por este motivo, gozan de una especial protección moral.
Esta identificación con la administración del Estado y la nación, que puede resumirse en la fórmula: “Yo soy el Estado”, es una realidad psíquica que nos proporciona uno de los mejores ejemplos de una ideología convertida en poder material. Como resultante de su dependencia material, su personalidad se transforma a imagen de la clase dominante. En palabras de W, Leich: “Por tener los ojos perpetuamente clavados en lo alto, el pequeño burgués acaba por cavar una fosa entre su situación económica y su ideología”. Esta “mirada clavada en lo alto” es lo que distingue esencialmente a la estructura pequeño burguesa de la del obrero de la industria en Alemania. En otros países, como EEUU, el “aburguesamiento” de los trabajadores de la industria anula esta distinción.
Para penetrar en el mundo obrero, el fascismo propone la supresión de las clases, o sea la supresión del proletariado, recurriendo al sentimiento de vergüenza que sufre el trabajador manual (el desprecio por este tipo de tareas es uno de los elementos reaccionarios más importantes, al llevar a querer imitar al empleado de oficina).
Sumémosle a ésto que los trabajadores emigrados del campo traen consigo una ideología de familia rural que es el mejor caldo de cultivo para causas imperialistas y nacionalistas. Otro elemento a tener muy en cuenta es la importancia que revisten los pequeños hábitos diarios, hecho sistemáticamente ignorado por el movimiento revolucionario. Lejos de ser costumbres propias de este estrato social, constituían la expresión visible de que se acusaba recibo de la propaganda nacionalsocialista. La represión de la mujer, el vaso de cerveza bebido en familia, el traje “elegante” de los domingos -todos ellos símbolos del adocenamiento que se estaba produciendo-, penetraban en cada rincón de la existencia cotidiana, mientras que el trabajo de la fábrica y los panfletos revolucionarios no actuaban más que durante unas horas.
De este modo, cuando la crisis económica impactó a esta capa social, su sensibilidad revolucionaria estaba embotada producto de decenios de estructuración conservadora. La afirmación comunista de que la política de la socialdemocracia le había abierto las puertas al fascismo era exacta desde el punto de vista de la psicología de masas. Afirma W. Leich que “a falta de organizaciones revolucionarias, decepcionado por la socialdemocracia y angustiado por la contradicción entre su empobrecimiento y el pensamiento conservador, el trabajador se arroja en los brazos del fascismo”.
La captación de las masas
La manipulación de las masas llevada a cabo por el fascismo parece inconscientemente inspirada en la doctrina de Pavlov y sus reflejos condicionados, leyes que rigen las actividades nerviosas superiores del hombre. La propaganda, considerada por Goebbels como un arma de guerra, constituía el elemento fundamental con el que se atraía nuevos adeptos a la causa del nacionalsocialismo. La actividad propagandística tiene dos funciones primordiales: inculcar un número elevado de ideas a un grupo reducido de personas y agitar a un gran número de personas mediante un número reducido de ideas. Los que sucumben ante esta estrategia son pequeño-burgueses, presas fáciles del miedo que resulta de una sugestión imperativa como la del régimen hitleriano.
El autor soviético Serge Tchakhotine afirmaba que esta porción de la sociedad poseía un sistema nervioso inestable, y que a menudo se sentían contentas al verse dominadas y guiadas.
Entre los factores visuales utilizados para atraer a las masas, se observa el predominio del color rojo (al que se le atribuye una acción fisiológica excitante y es utilizado generalmente por partidos de izquierda o pretendidamente “revolucionarios”) y los uniformes militares de colores vistosos. Según palabras de Domenach: “la propaganda toma de la poesía la seducción del ritmo, el prestigio del verbo e incluso la violencia de las imágenes”. Para actuar sobre los sentimientos de amor y alegría, es decir sobre los sentimientos eróticos sublimados, se debían utilizar los bailes públicos, las tonadas populares, desfiles con la presencia de gimnastas o flores.
En el aspecto social, Hitler copió las prácticas de la Iglesia Católica, en las que el incienso, la semioscuridad y las velas encendidas crean un estado especial de receptividad emotiva.
En los mitines, había que tener en cuenta la habilidad de los oradores para alternar lapsos de tensión discursiva con comentarios relajados, manteniendo así a la multitud expectante. Las directivas para la “creación de entusiasmo” en la multitud (arengar a la masa, entonar himnos combativos, acompañar las consignas con movimientos del cuerpo, por ejemplo el puño en alto, lo que constituía la llamada “gimnasia revolucionaria”) son en buena parte acústicas; los “tóxicos sonoros”, como los llama De Felice. El ritmo y la cadencia de los sonidos va acompañado de un bloqueo de la conciencia, propiciando un estado de naturaleza hipnótica. La música instrumental es el más eficaz de estos tóxicos. En ella, los instrumentos de percusión ocupan el lugar preponderante, ya que son los encargados de llevar el ritmo. El timbre de algunos instrumentos como la trompeta tiene la propiedad de causar una exaltación general.
.La violencia psíquica
Un rasgo característico de la propaganda hitleriana era crear alrededor del nombre del líder una especie de leyenda de héroe nacional, para mantener a las masas en un estado de esclavitud psíquica. Hitler afirmó en su libro “Mein Kampf” (“Mi lucha”) que “la propaganda política es el arte esencial de guiar políticamente a las grandes masas”. Y en el congreso de Nuremberg de 1936 exclamó: “la propaganda nos ha llevado hasta el poder, la propaganda nos ha permitido conservar desde entonces el poder; también la propaganda nos concederá la posibilidad de conquistar el mundo”.
Si se trata de teorizar acerca del rol de la propaganda en el III Reich, nadie mejor que los propios involucrados. Goebbels decía al rspecto que “la propaganda debe tender a simplificar las ideas complicadas”. Hitler precisa en su libro (transcripto en su mayor parte por su adláter Rudolf Hess en prisión luego del fallido Putsch de Munich en 1923): “hay que reducir tanto más el nivel intelectual de la propaganda cuanto mayor es la masa de hombres a los que se quiere llegar”.
La propaganda hitleriana se valía del sentimiento nacional del pueblo alemán, de su tendencia chauvinista. Otros aspectos de este fenómeno eran la persecución antisemita (encarada con una brutalidad tal desde la propaganda hasta convertirse en su talón de Aquiles en el exterior) y la demagogia social desenfranada en el orden interno. Uno de los atributos característicos del fascismo, la valoración positiva del uso de la violencia, se refleja en las siguientes palabras de Hitler: “la primera de las condiciones para el éxito consiste únicamente en la aplicación perpetuamente uniforme de la violencia”. La “persuasión por la fuerza”, campañas propagandísticas cuya base era el miedo, era el denominador común. Rara vez en los discursos del führer dejaba de haber un llamamiento a la violencia, una amenaza velada o una apología de la fuerza militar.
Domenach decía que “el hitlerismo corrompió la concepción leninista de la propaganda e hizo de ella un arma en sí, de la que servirse indiferentemente para todos los objetivos. Las consignas leninistas tenían una base nacional, aunque se adhieran en definitiva a unos instintos y a unos mitos fundamentales. Pero cuando Hitler lanzaba sus invocaciones sobre la raza y la sangre a una muchedumbre fanatizada, que le respondía con sus ‘Sieg Heil ’, sólo le preocupaba sobreexcitar en lo más hondo de ella el deseo de poderío y el odio. Esta propaganda no designa unos objetivos concretos: se vierte en forma de gritos de guerra, de imprecaciones, de amenazas y de vagas profecías, y si hay que hacer promesas, éstas son tan insensatas que sólo pueden llevar al ser humano a un nivel de exaltación en el que éste contesta sin reflexionar”.
Otra regla es la de no hablar nunca en condicional. “Sólo la afirmación indicativa o imperativa nutre la psicosis de poderío y la psicosis de terror entre los enemigos. (“Mein Kampf ”).
Por otro lado, Hitler le asignaba a la unidad de mando el éxito de cualquier propaganda política, ya que, según él, “el fuerte es más fuerte cuando se queda solo”. Constantemente en sus discursos se repetía que los nazis eran los vencedores -o que vencerían-, para “provocar la fuerza de sugestión que procede de la confianza en uno mismo”. Este precepto está estrechamente ligado a otra característica de la propaganda hitleriana: el empleo de la mentira.
Lo que Hitler comprendió a la perfección -sin conocer la teoría de los reflejos condicionados- en lo que refiere a las condiciones del éxito de su propaganda, fue la regla de su repetición. Dice al respecto: “todo el genio desplegado en la organización de una propaganda no lograría éxito alguno si no se tuviera en cuenta, siempre con el mismo rigor, un principio fundamental: debe limitarse a un número reducido de objetos y repertirlos constantemente. La perseverancia es la primera y más importante condición del éxito”. Por esta razón machacaba sin cesar en las masas sus slogans o “divisas-microbio”, sus símbolos sonoros y escritos.
Goebbels y sus estrategias propagandísticas
Joseph Goebbels -quien paradójicamente había sido criado en una casa de tradición judía al igual que su mujer, Magda- fue quizás el único verdadero intelectual de los altos mandos nazis. A cargo del Ministerio de Propaganda, se convirtió en el principal aliado de Adolf Hitler en su tarea de obnubilar a las masas mediante tácticas maquiavélicas de manipulación de información y control absoluto sobre prensa gráfica, radio, cine, arte, literatura e incluso teatro.
La información acerca de los alemanes era obtenida mayormente de la Sicherheist-Dienst (SD) de la policía secreta. Además, Goebbels dependía de sus propias Oficinas de Propaganda del Reich, de funcionarios alemanes y de contactos con civiles o soldados. Los datos sobre países aliados, neutrales o enemigos eran recopilados a partir de espías, conversaciones telefónicas interceptadas e interrogatorios de prisioneros.
En la línea del centralismo de poder nazi, Goebbels cncentraba en su figura la mayor cantidad de funciones posibles dentro de su Ministerio. Esto llevó a roces con titulares de otras carteras (el Ministerio de Asuntos Extranjeros incluso el Ejército).
Un asunto muy importante en estos menesteres era el de la credibilidad: sólo ésta debía determinar si los materiales de la propaganda habrían de ser ciertos o falsos. Para Goebbels lo importante era lo expeditivo y no lo moral. Para mantener la credibilidad, sin embargo, la verdad debía ser utilizada con la mayor frecuencia posible. Por ende, las mentiras eran útiles cuando no podían ser desmentidas.
No se tenía el menor escrúpulo respecto del uso de la censura. “La política de las noticias -aseveró Goebbels- es un arma de guerra; su propósito es el de hacer la guerra y no el de dar información”. La política habitual consistía en suprimir materiales considerados indeseables para el público alemán para luego usarlos como propaganda en el exterior si eran apropiados. Por ejemplo, las historias referentes a un supuesto canibalismo de los rusos eran difundidas en países extranjeros, pero no en Alemania para no aterrorizar a los familiares de los soldados.
Un elemento manejado con maestría por parte de Goebbels era la llamada “propaganda negra”. Se denominaba así a aquel material cuya fuente quedaba oculta para la audiencia. Se presumía que el hecho de desperdigar rumores para que actuaran por sí solos como propaganda tendría más posibilidades de ser creído si las autoridades alemanas no estaban relacionadas con él. También se utilizaban medidas negras para combatir rumores indeseables dentro del Reich, ya que una desmentida oficial, según Goebbels, no haría más que reforzarlos.
Otra metodología significativa era etiquetar los acontecimientos y las personas con frases y consignas distintas pero fácilmente retenibles. La tarea de Goebbels consistía en vincular los sucesos con los cliché verbales que iban a adquirir un especial significado. Estas denominaciones debían ser utilizadas una y otra vez, pero sólo en las situaciones apropiadas. “Prohibo utilizar la palabra Führer en la prensa -dijo Goebbels- cuando es aplicada a Quinsling, pues no considero justo que se aplique el término Führer a ninguna otra persona que no sea el propio Führer”.
Otro de los principios propagandísticos de Goebbels cuya comprensión ayuda a explicar el fenómeno de persecución y exterminio de minorías (judíos, gitanos) era el que rezaba que “la propaganda debe facilitar el desplazamiento de la agresión, especificando los objetivos para el odio”. En general, la táctica era desplazar la agresividad alemana hacia algún grupo marginal como los antes citados.
Por último, el propio Goebbels reconocía seis situaciones en las que la propaganda era impotente o tenía muy escaso margen de acción:
* Impulso básico sexual
* Impulso básico del hambre
* Intentos de aumentar la producción industrial
* Alteración de impulsos religiosos
* Ataques aéreos enemigos
* Situación militar desfavorable
Fue ante estos acontecimientos -principalmente los dos últimos-, generalizados a lo largo del territorio alemán a partir de 1943, que el régimen nazi comenzó a desmoronarse hasta la capitulación a principios de 1945. Posteriormente, como es sabido, se suicidaron Adolf Hitler, Heinrich Himmler (a cargo de la consolidación de las Schutzsaffel, conocidas como SS, la GESTAPO y la red de campos de concentración) y Joseph Goebbels, quien junto con su esposa envenenó a sus hijos para posteriormente quitarse su propia vida..
Notas finales
A grosso modo, la propaganda hitleriana esta caracterizada principalmente por tres elementos:
Renuncia a las consideraciones morales.
Apelación a la emotividad de las masas.
Empleo de reglas racionales para la formación de reflejos condicionados conformistas en las masas.
Es imprescindible el análisis a fondo de la propaganda fascista y su impacto en las masas para así comprender cómo las masas fueron engañadas, desorientadas y sumidas a influencias psicológicas.
En Alemania, tanto Hitler y Goebbels, las dos personalidades más notorias del movimiento nazi, como sus adláteres (entre los que se destacan Hermann Göering, quien sólo estaba detrás del Führer en la cadena de mando; Hjalmar Schacht, quien manejaba el Reichsbank y la cartera de Economía; Baldur von Schirach, líder del movimiento juvenil nazi; Ernst Roehm, quien formó las Sturmabteilung o SA y fue asesinado durante la llamada “Noche de los Cuchillos Largos” en 1934) son los referentes ineludibles de este fenómeno. Mussolini, por su parte, sólo contaba con un Ciano a su disposición para estos fines, pero fue el inspirador de muchas de las técnicas adoptadas por Hitler durante su estadía en el poder.
Quizás una de las dinámicas inherentes a las técnicas propagandísticas, el bluff en todo momento y lugar, haya sido uno de los factores que contribuyó al derrumbe de esta parafernalia -y luego del propio régimen- al volverse contraproducente en momentos de reveses bélicos e incertidumbre en la población civil.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA :
Leich, W., Psicología de masas del fascismo.
Lowe, Norman, Guía ilustrada de la historia moderna.
Doob, Leonard W., Goebbels y sus principios propagandísticos.
Tchakhotine, Serge, El secreto del éxito de Hitler.
Toland, J., Adolf Hitler.
Bramstedt, E., Goebbels and the National Socialist Propaganda.
Overy, R. J., Goering, The Iron Man.
Schwarzwaller, W., Rudolf Hess
Breitman, Richard, The architect of the genocide: Himmler and the final solution.
Trabajo realizado por: Federico Ruiz
fruiz@inea.com.ar
FUENTE: www.monografias.com
EDICIÓN, TRANSCRIPCIÓN, IMÁGENES: LICENCIADO EN HISTORIA VICTOR M. GRUBER DE F.---CARACAS, VENEZUELA--UCV, 1976.
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