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domingo, 1 de junio de 2014

ANTONIO JACINTO GRUBER DE FIGARELLI: HISTORIAS DE VIDA--CAPÍTULO SÉPTIMO--EL CALLAO 1937--CARACAS 2010--


ANTONIO JACINTO GRUBER DE FIGARELLI: HISTORIAS DE VIDA—CAPÍTULO SÉPTIMO—CARACAS, VENEZUELA, 01—06—14—

 ASI TERMINABA EL CAPITULO ANTERIOR (VI):

A)  Pero los anteriores no son los últimos “eventos” de la naturaleza que tratamos. Mi querido e inolvidable hermano Antonio, murió un primero de enero hace tres años, seis meses, y ocho días (¡(En Paz descanse!). Con motivo de su dolorosa transición, y todos los problemas relacionados con ese triste suceso, mi esposa, mi hija menor María, y yo, decidimos irnos a Margarita, por una semana, para disipar un poco el clima  emocional de tan doloroso acontecimiento. En Caracas quedó la alarma de la enfermedad, muy avanzada, del Pariente Dr. Obdulio Gruber Matos, Médico y Homeópata, muy amigo de nuestro Hermano Antonio, quien fue su paciente, al igual que su Familia.

 

Una madrugada margariteña muy temprana, Ma. Esperanza soñó con Antonio, estaba muy bien vestido, y de aspecto  muy saludable, y le dijo: “El Primo murió”. Llamamos inmediatamente para Caracas, y efectivamente, el muy querido y estimado familiar había muerto:¡En Paz descansen ambos, allá estarán en las praderas celestes hablando de sus temas preferidos: medicina, curación, y homeopatía!”…
 
SEGUIMOS:

MEMORIAS INFANTILES—CAP. VII—

--(DE QUE SALEN, SALEN (Y) DE QUE VUELAN, VUELAN) —

 Nota: El Capítulo anterior (VI) no ha obtenido comentarios,  aunque sí muchas lecturas silenciosas; aun así seguiremos adelante sin desfallecer…

Corría el año de 1941, los “morochitos” contábamos con cuatro años de edad, y estábamos en la casa de los abuelos maternos (Don Jacinto y Doña Rosario), en El Caratal (La Mocupia, El Callao, Bolívar, Venezuela), era una noche tormentosa y jugábamos a las escondidas en aquella casona de madera, suspendida de tierra firme por gruesas columnas; Victor, Antonio, nuestra hermanita Marilú, y la primita Marina (hija del tío Alejandro), eterna compañera de juegos y aventuras, en dicha localidad, y también en el hato de San Pedro (Guasipati), en Upata, y en Caracas.

Al empezar la cuenta numérica, y consecutiva, hasta el 50, y cantada de viva voz, salí corriendo y entré a una habitación que tenía un ventanal grande forrado con una malla metálica contra los zancudos; no prendí la luz para evitar ser detectado, tampoco hizo falta pues estalló un rayo con su respectivo trueno, la habitación se iluminó, y una figura cuasi humana, blanca y alada, se estrelló contra el ventanal, y desapareció junto con la luz del rayo; quedé paralizado un instante ante el singular suceso, y corrí a contarlo al resto del grupo:¡Es un Ángel! Dijo Marinita, y la “noticia” se regó por toda la casa, y con el tiempo en toda la familia: ¡A Victor se le apareció  un Ángel! Y así quedó hasta el día de hoy…

Al día siguiente me ocurrió un accidente que obligó a la mi abuela Rosario, a llevarme por avión a Caracas, para ser atendido debidamente con la mejor medicina capitalina. El aeropuerto más cercano estaba en Guasipati; dada la falta de carreteras y puentes en Guayana, una región muy extensa, muchos viajes y comunicaciones se resolvían vía aérea. Desde muy pequeño conocía yo ese aeropuerto, veía despegar a los aviones, en la medida que se alejaban iban disminuyendo de tamaño, mi fantasía infantil me hacía creer que la gente también se iba haciendo cada vez más pequeña; y a la inversa de regreso, iban los aviones (y la gente) creciendo en tamaño hasta que aterrizaban de dimensiones normales. Cuando el avión alzó el vuelo, con la abuela y su nietecito, rumbo a Caracas estuve muy pendientes de estos “cambios” pero en realidad no ocurrieron, el aparato y las personas permanecimos inalterables:¡Gran desilusión!

A partir de ese momento el “morochito” Victor estaría destinado a Caracas, allí estuvimos el año 41, en el piso alto de una quinta, alquilado por mi tía Julie (de Figarelli) a una familia Seijas en una urbanización de Caracas; en 1946 estudié 3er. Grado de Primaria en el Colegio Salesiano de Sarría, y vivía en la casa de mis padrinos Rafael (Huncal) y María Teresa (Romero) en el Centro de Caracas; en 1948 estudiamos Antonio y yo, 5º. Grado de Primaria (internos) en el mismo Colegio Salesiano; ya los abuelos vivían en la Quinta “Rosy”, Urb. Guaicaipuro Caracas; en el mismo Colegio cursé 6º. Grado en 1949, y viví con mis abuelos, la tía Julie, y la prima Marina, en dicha Quinta.

Siempre me he preguntado: ¿ La supuesta visón del “Ángel”, en la tormentosa noche de Caratal en 1941, sería un preaviso? Aún, a mis 75 años, no tengo una respuesta clara de este asunto.

En la Semana Santa de 1948, ambos morochitos estábamos “internos” en los Salesianos de Sarría, y se programaron unos benditos “Ejercicios Espirituales”: a) Lecturas Sagradas durante un ascético desayuno, almuerzo, y cena; b) Receso, y luego reunión en la Capilla Interna del Colegio; c) Oraciones adecuadas a la Época Santa; d) Sermones sobre el significado de esos días; e) Descripción de la Vida y Pasión de Cristo; f) Descripción muy viva de los castigos del Purgatorio, y del Infierno, para los pecadores “veniales” y los “mortales”; g) Nuevo receso, almuerzo frugal, y nueva reunión en la Capilla Interna, igual temática; h) Más receso, cena liviana, nueva Reunión, y sermones alusivos a la Vida Santa, a los peligros de morir en pecado mortal, y a los terribles castigos del Purgatorio y del Infierno; y así por una semana completa hasta El Sábado de Gloria, y el Domingo de Resurrección, donde el tono y el contenido de los sermones (y de la comida) viró hacia aspectos más placenteros, dulces, y divinos.

Confieso que durante esa terrible “Semana Santa” y durísimos “Ejercicios espirituales”, no dormí bien ninguna noche, soñaba con la Vida y Martirio de Cristo; con las “tentaciones” de los “Demonios”; con pecados “veniales” y “mortales”; con las llamas del “Purgatorio” y del “Infierno” ( y sobre todo con la terrible lista de castigos que allí se aplicaban por toda la eternidad): ¡SUSTO!

Nota: Por cierto que la “culpa” del nombrado “accidente” se la endosé a mi hermanita Marilú y así “escaparme” del regaño. Ella cargó con “eso” durante decenas de años, hasta que en una nutrida reunión familiar me confesé en público y pedí perdón por mis pecados: ¡Alivio tardío pero total!

…(Continuará)…

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