ANTONIO JACINTO GRUBER DE FIGARELLI: HISTORIAS DE VIDA—CAPÍTULO SÉPTIMO—CARACAS,
VENEZUELA, 01—06—14—
A) “Pero los anteriores no
son los últimos “eventos” de la naturaleza que tratamos. Mi querido e
inolvidable hermano Antonio, murió un primero de enero hace tres años, seis
meses, y ocho días (¡(En Paz descanse!). Con motivo de su dolorosa transición,
y todos los problemas relacionados con ese triste suceso, mi esposa, mi hija
menor María, y yo, decidimos irnos a Margarita, por una semana, para disipar un
poco el clima emocional de tan doloroso
acontecimiento. En Caracas quedó la alarma de la enfermedad, muy avanzada, del
Pariente Dr. Obdulio Gruber Matos, Médico y Homeópata, muy amigo de nuestro
Hermano Antonio, quien fue su paciente, al igual que su Familia.
Una madrugada
margariteña muy temprana, Ma. Esperanza soñó con Antonio, estaba muy bien
vestido, y de aspecto muy saludable, y
le dijo: “El Primo murió”. Llamamos inmediatamente para Caracas, y
efectivamente, el muy querido y estimado familiar había muerto:¡En Paz
descansen ambos, allá estarán en las praderas celestes hablando de sus temas
preferidos: medicina, curación, y homeopatía!”…
SEGUIMOS:
MEMORIAS
INFANTILES—CAP. VII—
--(DE QUE SALEN, SALEN
(Y) DE QUE VUELAN, VUELAN) —
Corría el año de 1941, los
“morochitos” contábamos con cuatro años de edad, y estábamos en la casa de los
abuelos maternos (Don Jacinto y Doña Rosario), en El Caratal (La Mocupia, El
Callao, Bolívar, Venezuela), era una noche tormentosa y jugábamos a las
escondidas en aquella casona de madera, suspendida de tierra firme por gruesas
columnas; Victor, Antonio, nuestra hermanita Marilú, y la primita Marina (hija
del tío Alejandro), eterna compañera de juegos y aventuras, en dicha localidad,
y también en el hato de San Pedro (Guasipati), en Upata, y en Caracas.
Al empezar la cuenta numérica, y
consecutiva, hasta el 50, y cantada de viva voz, salí corriendo y entré a una
habitación que tenía un ventanal grande forrado con una malla metálica contra
los zancudos; no prendí la luz para evitar ser detectado, tampoco hizo falta
pues estalló un rayo con su respectivo trueno, la habitación se iluminó, y una
figura cuasi humana, blanca y alada, se estrelló contra el ventanal, y
desapareció junto con la luz del rayo; quedé paralizado un instante ante el
singular suceso, y corrí a contarlo al resto del grupo:¡Es un Ángel! Dijo
Marinita, y la “noticia” se regó por toda la casa, y con el tiempo en toda la
familia: ¡A Victor se le apareció un
Ángel! Y así quedó hasta el día de hoy…
Al día siguiente me ocurrió un
accidente que obligó a la mi abuela Rosario, a llevarme por avión a Caracas, para
ser atendido debidamente con la mejor medicina capitalina. El aeropuerto más
cercano estaba en Guasipati; dada la falta de carreteras y puentes en Guayana,
una región muy extensa, muchos viajes y comunicaciones se resolvían vía aérea.
Desde muy pequeño conocía yo ese aeropuerto, veía despegar a los aviones, en la
medida que se alejaban iban disminuyendo de tamaño, mi fantasía infantil me
hacía creer que la gente también se iba haciendo cada vez más pequeña; y a la
inversa de regreso, iban los aviones (y la gente) creciendo en tamaño hasta que
aterrizaban de dimensiones normales. Cuando el avión alzó el vuelo, con la
abuela y su nietecito, rumbo a Caracas estuve muy pendientes de estos “cambios”
pero en realidad no ocurrieron, el aparato y las personas permanecimos
inalterables:¡Gran desilusión!
A partir de ese momento el
“morochito” Victor estaría destinado a Caracas, allí estuvimos el año 41, en el
piso alto de una quinta, alquilado por mi tía Julie (de Figarelli) a una
familia Seijas en una urbanización de Caracas; en 1946 estudié 3er. Grado de
Primaria en el Colegio Salesiano de Sarría, y vivía en la casa de mis padrinos
Rafael (Huncal) y María Teresa (Romero) en el Centro de Caracas; en 1948
estudiamos Antonio y yo, 5º. Grado de Primaria (internos) en el mismo Colegio
Salesiano; ya los abuelos vivían en la Quinta “Rosy”, Urb. Guaicaipuro Caracas;
en el mismo Colegio cursé 6º. Grado en 1949, y viví con mis abuelos, la tía
Julie, y la prima Marina, en dicha Quinta.
Siempre me he preguntado: ¿ La
supuesta visón del “Ángel”, en la tormentosa noche de Caratal en 1941, sería un
preaviso? Aún, a mis 75 años, no tengo una respuesta clara de este asunto.
En la Semana Santa de 1948, ambos
morochitos estábamos “internos” en los Salesianos de Sarría, y se programaron
unos benditos “Ejercicios Espirituales”: a) Lecturas Sagradas durante un
ascético desayuno, almuerzo, y cena; b) Receso, y luego reunión en la Capilla
Interna del Colegio; c) Oraciones adecuadas a la Época Santa; d) Sermones sobre
el significado de esos días; e) Descripción de la Vida y Pasión de Cristo; f)
Descripción muy viva de los castigos del Purgatorio, y del Infierno, para los
pecadores “veniales” y los “mortales”; g) Nuevo receso, almuerzo frugal, y
nueva reunión en la Capilla Interna, igual temática; h) Más receso, cena
liviana, nueva Reunión, y sermones alusivos a la Vida Santa, a los peligros de
morir en pecado mortal, y a los terribles castigos del Purgatorio y del
Infierno; y así por una semana completa hasta El Sábado de Gloria, y el Domingo
de Resurrección, donde el tono y el contenido de los sermones (y de la comida)
viró hacia aspectos más placenteros, dulces, y divinos.
Confieso que durante esa terrible
“Semana Santa” y durísimos “Ejercicios espirituales”, no dormí bien ninguna
noche, soñaba con la Vida y Martirio de Cristo; con las “tentaciones” de los
“Demonios”; con pecados “veniales” y “mortales”; con las llamas del
“Purgatorio” y del “Infierno” ( y sobre todo con la terrible lista de castigos
que allí se aplicaban por toda la eternidad): ¡SUSTO!
Nota: Por cierto que la “culpa” del
nombrado “accidente” se la endosé a mi hermanita Marilú y así “escaparme” del regaño.
Ella cargó con “eso” durante decenas de años, hasta que en una nutrida reunión
familiar me confesé en público y pedí perdón por mis pecados: ¡Alivio tardío
pero total!
…(Continuará)…
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