El payaso de la fiesta
Por:
Fernando Londoño Hoyos
Dicen
las señoras que lo único malo del payaso de la fiesta es que les pertenezca a
ellas. Nicolás Maduro solo sería divertido si no estuviera el propio destino
amarrado a sus pantomimas y ridiculeces. Ese patán con aire de mandón cuando le
ponen una cámara encima, significa mucho más que sus idioteces, que sus
demostraciones de supina ignorancia, que sus garrafales metidas de pata.
Que
haga el femenino de millones en “millonas”, que sepa de cuervos que se
amamantan y que la llamada internacional de auxilio –SOS- se convierta en
un mala conjugación del verbo ser, sería hasta divertido. Pero cuando semejante
patán tiene poder, el chiste de circo se convierte en tragedia.
Lo
primero que debe preguntarse el que ve un payaso con poder, es el origen de su
libreto. Un payaso no habla por sí mismo, sino que a través de sus maquillajes
grotescos repite lo que alguien le manda. ¿De quién es el libreto de Maduro?
Pero
no solo eso. El payaso no es dueño de su circo. Apenas lo aprovecha para hacer
su número. ¿Quién es el dueño del circo en Venezuela?
La
respuesta a esas dos preguntas no son necesariamente coincidentes. El dueño del
circo, el Barnum prodigioso, tiene un peón para los libretos, como tiene quién
le prepare los trapecios y le alimente los leones. A Maduro le dan clases de
mímica, hasta le enseñan frases, respondiendo a lo que el dueño diga. El
personal palaciego rara vez es el dueño del poder.
El
pobre payaso de esta historia recibió un país en ruinas, el que le entregó el
héroe de pacotilla en cuyo honor tiene que repetir diariamente elegías y
laudos. Y lo obligan a que diga sandeces, lance agresiones, vomite malas
palabras, como único medio para mantener unido el fanatismo resentido de su
clientela. Lo que no le han dicho es que los espectadores empiezan a cansarse
de repetir los mismos coros y aplaudir las mismas acrobacias. Una galería con
hambre espera circo, siempre y cuando le den pan. La falta de lo uno o de lo
otro son fatales para el payaso con poder. Calígula, Nerón, Vitelio, murieron
por el hierro con que mataban.
¿Hasta
cuándo dura el teatro? ¿Cuándo se apagan las luces? Hasta que el dueño del
circo juzgue que el negocio se pone malo, si es que la tribuna no se subleva
antes y quema la carpa con los payasos adentro. Ambas cosas pueden pasar en
Venezuela.
Si
Diosdado Cabello es el organizador de los decorados, no alcanza a ser el dueño.
Poco se repara en que la caída de Maduro y su comparsa es la caída de los
Castro y su escena cincuentenaria del Comunismo en América. Y eso vale mucho
más para la izquierda continental que la ruina del payaso de Miraflores. Un
Golpe de Estado en Venezuela, que no saldrá de la oposición inerme sino
de los espectadores hasta hoy indiferentes y aparentemente divertidos, es la
catástrofe para Cuba. Decenas de miles de mercenarios de regreso a la Isla, y
los miles de millones de dólares que nunca volverán, no los soporta el
debilitado régimen de Fidel y de Raúl. Y se acabó la Revolución cubana. Y se
acabó el mito comunista en América. Y quedaron expuestas a la luz todas sus
miserias.
El
que no vea con esos ojos la tragedia venezolana, es porque de política no
entiende nada. El que se cae no es Maduro con su régimen de opereta, señoras y
señores. Los que se caen son los Castro y sus cincuenta años de mal circo. Nada
menos que eso.
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