opinión
Claudio Nazoa
El Nacional / ND
Satanás
14 Noviembre, 2011
En estos últimos años hemos aprendido que la maldad existe. Para muchas generaciones de venezolanos, la maldad era lejana y pasaba en otras partes. No es que viviéramos en Disney World. No. Pero teníamos la sensación de convivir en paz a pesar de las diferencias. En mi casa, por ejemplo, jamás escuché a mis padres decir que no tratáramos a alguna familia por ser copeyana o adeca.
opinan los foristas
Mi padre fue objeto de censura y represión por gobiernos adecos, pero, es bueno decirlo, también era muy respetado. Escribió libros y dictaba conferencias, no precisamente complacientes, en sitios casi siempre regentados por funcionarios adecos o copeyanos. Incluso, bajo el primer gobierno de Carlos Andrés, fue nombrado director de Literatura del antiguo Inciba. Trabajar para el Estado en el área cultural no significaba bajar la cabeza y renunciar a creencias políticas. Cuando mi padre murió, Carlos Andrés, su adversario político, lo condecoró post mórtem, en la plaza Bolívar de Caracas.
Yo mismo trabajé como profesor de Arte durante diez años en el Consejo Venezolano del Niño. Tuve el honor de hacerlo en el Museo de los Niños con Alicia Pietri de Caldera, una de las mujeres más inteligentes y bellas de Venezuela.
Fui fundador además, del Ministerio de la Juventud, y todo el mundo sabía que yo era de izquierda. La mayoría de quienes nos oponemos a esta vergüenza atorrante y cursi que nos atormenta somos gente de izquierda que estamos luchando contra un régimen que se comporta como los peores gobiernos fascistoides de derecha que han existido.
Nunca, como ahora, han estado tan claras las siniestras similitudes que unen en sus acciones a fascistas y a comunistas; que alguien explique las diferencias. Pregúntenle a los cubanos, a los sobrevivientes de los países comunistas de Europa, a los camboyanos o a los robotizados y esclavizados habitantes de un extraño y maléfico planeta llamado Corea del Norte, y les darán fe de lo monstruosamente parecidos que son los regímenes que han hecho igual o más daño a los habitantes de esos países, martirizados por fascistas, gorilas militares de derecha y de izquierda, o por nazis.
No podemos decir que Venezuela sea como Corea del Norte o Cuba. Todavía usted puede leer esto y yo escribirlo, pero no por eso debemos descuidarnos, porque, si no, para allá vamos.
Satanás enloquecido está expandiendo el odio.
Con una conducta esquizofrénica y un Cristo en la mano, grita que nos ama. La gente presiente que la van a joder si no se “porta bien”; incluso, por miedo o comodidad, algunos son indiferentes, zalameros o jalabolas. Esto de nada vale porque el lema del diablo es: “No es que te arrastres, es que tienes que hacerlo como yo te diga”.
Hoy, las palabras de moda son: optimismo, amistad y reconciliación hasta con quienes no quieren. Hay que hablar claro, duro y sin miedo.
Recordemos que los judíos indiferentes también murieron. En Corea del Norte, la gente que “se porta bien” muere de hambre o en cárceles. Los cubanos que callan también sufren, pero menos que la valiente Yoani Sánchez.
En Venezuela, por miedo, cambian el nombre de El Informador por El Imparcial. Tarde o temprano, imparcialmente, los tratarán como a Globovisión.
Hay momentos en la vida en que a Satanás, so pena de estar presos o muertos, hay que gritarle durísimo y sin miedo: ¡Soy libre! Así que yo no lo diré en latín, como lo haría el cardenal in péctore Germán Flores, sino en criollo: ¡Vas de retro, Satanás!
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