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jueves, 28 de julio de 2011

EL TRUEQUE CASTRO-CHAVISTA--(IV)---

El confuso socialismo del siglo XXI1
(Versión preliminar)
José Guerra (*)

--(En PDF: www.analitica.com. Diciembre 26, 2006)--

Aunque sin mucha claridad conceptual de su parte, ya el presidente Hugo Chávez ha puesto en la agenda política de Venezuela su propuesta del socialismo del siglo XXI. Desafortunadamente no existe un basamento teórico claro acerca del cual discutir toda vez que desde las filas del gobierno no se ha elaborado un planteamiento con cierto grado de coherencia que sustituya las prédicas que esbozan el proyecto socialista como un desarrollo de la Constitución Nacional o aquellas que lo equipara a las transferencias monetarias y a los beneficios de las misiones que ha ejecutado la administración pública. Más recientemente, el 5 de diciembre de 2006, en su discurso de toma de posesión para su segundo mandato, Hugo Chávez afirmó que el socialismo a la venezolana significa “en lo político más democracia y en lo económico más desarrollo colectivo, pero para satisfacer las necesidades de los pueblos y no para que una minoría se enriquezca en detrimento de la vida de las mayorías empobrecidas y miserables”.
El campo de quienes opinan informalmente acerca del tema se ha ampliado considerablemente antes y después del triunfo electoral de Hugo Chávez, el 3 de diciembre de 2006. Sin embargo, existe margen para la insatisfacción con relación a las visiones que sobre el modelo de socialismo anunciado manifiestan tanto académicos como los distintos voceros oficiosos del gobierno. Intentando dilucidar de qué trata la propuesta socialista, en un reportaje especial de su edición aniversario del 26 de abril de 2006, el diario Tal Cual abordó el tema del socialismo del siglo XXI, con una dirigente del MVR, Aurora Morales y un intelectual igualmente partidario del régimen, Rigoberto Lanz. Ante la pregunta del periodista “¿Qué entienden ustedes por socialismo del siglo XXI? Las respuestas fueron asombrosamente vagas. Según Morales: “Para nosotros, el
1 Este trabajo se basa en una parte de mi libro ¿Qué es el socialismo del siglo XXI?, Editorial Librorum, segunda edición ampliada, 2006. Una primera versión fue publicada en Analítica Premium, el 15 de diciembre de 2006. Se agradecen los comentarios de Luis Carlos Palacios, sin que ello lo comprometa en lo que aquí se afirma o en las omisiones.
(*) Profesor de la Escuela de Economía, Universidad Central de Venezuela. joguerra@gmail.com 1
socialismo del siglo XXI nace de una necesidad concreta. En modelo unipolar, la gran concentración del capital transnacional, la voracidad con que el imperio actúa a escala mundial nos ha llevado a tomar esta postura”. Así, por ejemplo, las políticas de Francia y Suecia, que también están en contra del dominio de un país erigido en imperio y del dominio del capital transnacional, principalmente estadounidense, podían perfectamente ser fuente inspiración para el socialismo del siglo XXI, de acuerdo con Morales. Seguidamente expone que “Nosotros no hablamos de un solo socialismo, porque son varios los socialismos”. Son varios, pero no adelanta una conceptualización del cual sería el específico en Venezuela, lo que el gobierno ha llamado el socialismo del siglo XXI.
Conocedor del tema, a la misma interrogante, Rigoberto Lanz en su argumento distingue perfectamente entre lo que es el antiimperialismo respecto de una posición anticapitalista: “Sería interesante preguntarse cómo fue posible, históricamente, que muchos movimientos antiimperialistas no fueran anticapitalistas. (…). Para mí es mucho más radical la definición contra el capitalismo y ese si es un problema severo”. Como se aprecia, Lanz, no asoma comentarios sobre el socialismo del siglo XXI. A otra pregunta, asevera que: “La postura más radical en la agenda proviene de la ecología política. Va al corazón de la naturaleza del capitalismo y de sus cimientos”. Luego argumenta: “Yo lucho todos los días contra ese capitalismo de Estado aberrante”.
Como es claramente perceptible no hay asomos o vestigios de un intento por entender o racionalizar el significado del socialismo del siglo XXI. Esa deuda conceptual insoluta del gobierno es lo está llevando a pensar que el financiamiento de cooperativas y de empresas capitalistas, pero de propiedad estatal, constituyen el germen del nuevo socialismo.
En una entrevista concedida al diario El Nacional, 3 de diciembre de 2006, el profesor Ernesto Laclau, afirma que “Actualmente para definir el socialismo hay que entender que necesariamente la economía va ser mixta en su carácter, pero que va a tener una regulación estatal mucho más alta que la que se dio en las experiencias neoliberales”. “Lo que distingue el socialismo actual del socialismo del pasado es que en el pasado se creía 2
que la socialización de los medios de producción y la regulación estatal iban a superar a los mecanismos de mercado. Hoy estamos más allá de eso”. Según esta aproximación del profesor Laclau, en realidad no hay nada nuevo en el aporte del socialismo actual al pensamiento contemporáneo, porque el concepto de economía mixta se ha venido aplicando en la mayoría de las economías capitalistas tanto de Europa como de América, como inspiración tanto de la socialdemocracia como del socialcristianismo.
Un amplio reportaje del 10 de diciembre de 2006, publicado por El Nacional, abordó el tema con Haiman El Troudi, vocero del oficialista Centro Internacional Miranda, quien sugiere que la tesis del socialismo del siglo XXI no está del todo clarificada al afirmar que “Solo sabemos lo que no debe ser el socialismo del siglo XXI. No será una economía basada en el capitalismo de Estado, ni un sistema totalitario cerrado. No queremos parecernos a Cuba”. Más adelante sugiere que “El socialismo del siglo XXI es democracia sin fin, nunca todo está hecho, está en franca construcción. Las empresas de producción social ofrecen un aporte rumbo al socialismo…”. Para agregar nuevos elementos a la confusión existente, en el mismo reportaje, el vicecanciller Rodolfo Sanz lanza esta primicia: “El socialismo del siglo XXI es el que vamos a construir en este siglo y nada tiene que ver con los del siglo XIX y XX. Es totalmente nuevo…”. Habría que preguntar ¿en dónde reside la novedad?
El 14 de diciembre de 2006, en un artículo de El Nacional titulado “¿Qué es el socialismo del siglo XXI?”, Mary Pili Hernández, confirma lo que se presuponía: el concepto del socialismo del siglo XXI es vago, gaseoso e impreciso: “La primera cosa que hay que decir es que el socialismo del siglo XXI no tiene una definición acabada”. Sin embargo, invita a nutrirse de una fuente de conocimiento, una especie de piedra filosofal, para clarificarse: “No obstante, se hace fundamental leer los discursos de Chávez, para comprender con mayor detalle hacia donde se orienta este proceso (del socialismo)…”. A mayor detalle, en una especie de ejercicio de historiografía, Mary Pili Hernández enfatiza nada más y nada menos que el socialismo nació en Latinoamérica, específicamente en el Brasil antiguo y que además el supuesto origen europeo del socialismo proviene del hecho de que se confunde el socialismo con el marxismo porque
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el socialismo marxista “es el más famoso”. Esto es insólito y evidencia una ignorancia supina acerca del tema. La visión socialista de Marx no solamente es la más conocida sino también la más elaborada teóricamente hablando. Que sea “El más famoso” es otro asunto. Sigue adelante Mary Pili Hernández, tejiendo su conocimiento del socialismo según las referencias de su maestro: “Ciertamente, tal y como concluyó Chávez, en ese discurso, Bolívar era un socialista”. Es obvio que no se ha leído la biografía Bolívar y Ponte, escrita por Carlos Marx y si lo hizo no la entendió. Donde reside su aporte al debate es cuando afirma: “En esta definición no puede faltar el hecho de que el socialismo del siglo XXI mira hacia el futuro”.
Como es evidente, está presente un desconcierto en las ideas. Sin embargo, se puede extraer un elemento común de las distintas posiciones: sin que se sepa todavía de qué se trata, el socialismo del siglo XXI sería diferente de los experimentos socialistas del pasado, en obvia referencia a los episodios soviéticos, cubano y los de Europa Oriental. Sobre el particular conviene referir que ya a finales del siglo XIX se asomó un cuestionamiento a lo que era la concepción clásica sobre el socialismo marxista y que a comienzo de la próxima centuria adquiriría la forma de socialismo democrático.
En efecto, en marzo de 1895, cinco meses antes de morir, en su Introducción2 a la obra de Carlos Marx, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Federico Engels comenzó a cuestionarse sobre el concepto de revolución como un hecho de “minorías consientes a la cabeza de masas inconcientes”, que asaltarían el poder político. Decía Engels: “Pero la historia nos dio a nosotros un mentís y reveló como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. (…) El método de lucha de 1848 está hoy anticuado en todos los aspectos…”. “La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba. Nosotros, los ‘revolucionarios’, los ‘elementos subversivos’ prosperamos mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y la subversión”.
2 Este escrito es lo que se ha denominado el testamento político de Engels y según se cree, éste tenía plena confianza en Eduard Bernstein, quien era su mejor intérprete. Al respecto ver, Lucio Colleti; Ideología y Sociedad, UCV, 1974. 4
Ello se relaciona con la gestación de las condiciones objetivas para el socialismo, de ahí que Engels afirmara “… por aquel entonces (1848) el estado de desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista…”. Es decir, se retomaba una de las tesis centrales de Marx según la cual el transito hacia el socialismo debía realizarse en aquellos países que hubiesen alcanzado un elevado desarrollo de sus fuerzas productivas, porque como éste aseveró “Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecerán nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en seno de la propia sociedad antigua”3
Por tanto, proclamaba Engels el uso del sufragio universal por parte del parido socialista alemán (socialdemócrata), en contraposición a la vía insurreccional ensayada hasta entonces: “Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido aparece en cifras indiscutibles a los ojos del mundo entero”. Es decir, Engels admitía que producto de las disputas obreras y del desarrollo institucional de los países capitalistas de Europa y en particular Inglaterra y Alemania, se requería una nueva política basada en el uso del parlamento como instrumento de lucha.
A partir de ahí, Eduard Bernstein, quien como teórico del partido socialista alemán había estado en estrecho contacto con Engels en Londres a partir de 1888, y se consideraba su discípulo, comienza a revisar y cuestionar, en primer lugar la vía violenta hacia el socialismo y posteriormente las premisas sobre las que se había fundado Marx para analizar la economía capitalista.
En carta a Víctor Adler en febrero de 1899, Bernstein afirmaba que “el marxismo no es para mi lo suficientemente realista, se ha quedado atrás, por decirlo así, del desarrollo práctico del movimiento”. En 1898, en carta a Augusto Bebel, le recuerda: “No te
3 Carlos Marx: Prologo a la contribución a la crítica de la economía política, en Marx y Engels Obras Escogidas, Editorial Progreso, 1975
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olvides de que El Capital a pesar de todo su cientificismo era un escrito de tendencia y que quedó inconcluso, a mi parecer precisamente porque el conflicto entre cientificismo y tendencia hizo que la tarea de Marx fuera más y más difícil”.
Los cuestionamientos y revisión que Bernstein4 hizo de Marx son las siguientes. En primer término, disputó la teoría de la plusvalía la cual consideraba inútil para explicar la explotación, por cuanto se trataba de una construcción abstracta que no podía comprobarse en la vida diaria. En segundo lugar, Bernstein cuestionó la hipótesis de Marx según la cual el capitalismo registraba una tendencia hacia la concentración del capital y de la propiedad, toda vez que lo que observaba en Alemania era la proliferación de nuevos propietarios en cada vez más negocios. El tercer aspecto de su crítica fue el relativo a la supuesta depauperación de la clase obrera al visualizar, con base en las estadísticas, el aumento de los ingresos de los trabajadores y el fortalecimiento de la clase media, contrario a lo pronosticado por Marx. Finalmente, argumentó que en su desarrollo el capitalismo creaba mecanismos que lo fortalecían de las crisis periódicas del pasado.
Por tanto, en lugar de aceptar la tesis de Marx de que la revolución surgiría a partir de la crisis del capitalismo, producto de sus contradicciones inmanentes, en virtud de la caída de la tasa de ganancia, Benrstein plantea un enfoque más gradual al considerar que en Alemania e Inglaterra, en vista de su elevado desarrollo económico, el camino hacia el socialismo consistía en ir ganando espacios democráticos en la sociedad capitalista y que los trabajadores fuesen alcanzando reivindicaciones cada vez más avanzadas, lo que eventualmente se expresaría en la conquista del poder por vías democráticas, mediante una mayoría parlamentaria. De acuerdo con Cole, la noción que Bernstein sostenía era que “el socialismo vendría, no como un sistema construido por los socialistas al día siguiente de haber conquistado el poder, sino como una acumulación de pequeños cambios que serían producidos por la acción social dentro de los límites establecidos por las necesidades mismas del desarrollo económico”.
4 Para una análisis detallado de las tesis de Bernstein, debe consultarse: G.D.H Cole: Historia del pensamiento socialista: La II Internacional, Volumen. III, FCE, 1959 y Eduard Bernstein: The Preconditions of Socialism, Edited and translated by Henry Tudor, Cambridge University Press, 2002
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Desde el punto de vista político, Bernstein atacó duramente el concepto de dictadura del proletariado esgrimido por Marx por ser contradictoria con el principio democrático de justicia igual para todos los ciudadanos, independientemente de la clase social. En su criterio, el hecho de que el proletariado fuese la clase social mayoritaria ello no le confiere el derecho a la injusticia con el resto de los estratos sociales. Su concepto de democracia es realmente llamativo, la define como la ausencia de un gobierno de clase. Es decir, una forma de gobierno y de desarrollo social en el cual ninguna clase social tiene privilegios políticos sobre el resto de la sociedad. En la medida en que prevalezcan los principios democráticos y ellos conformen la opinión pública, habrá más libertad para los ciudadanos. De esta manera, la democracia no se distingue por la inexistencia de leyes, sino más bien por la abolición de aquellas que limitan la universalidad de los derechos del hombre. Por ello, cuando una sociedad es más democrática mayor respeto y consideración existirán por los derechos políticos de las minorías. De esta manera, Bernstein valoraba las instituciones políticas creadas por el liberalismo como un paso fundamental de la humanidad y que el socialismo en el poder debía mejorarlas en lugar de destruirlas, como planteaba Marx.
Para Bernstein la democracia es un medio y un fin al mismo tiempo. Un medio para la lucha por el socialismo mientras que es la forma de gobierno en que debe realizarse el socialismo. Por consiguiente, la creación de organizaciones democráticas tanto en lo político como en lo social es una condición para la materialización del socialismo. De acuerdo con Bernstein, la socialdemocracia debería tener la defensa de la libertad civil como su principal postulado sobre cualquier otro principio económico.
Por tanto, para Bernstein en el fondo se trataba de combinar y armonizar las ventajas de una economía capitalista con la elevada expansión de las fuerzas productivas que ella genera, con dos elementos. Primero, la necesaria regulación estatal del mercado y la economía. Segundo, la existencia de un régimen político democrático, basado en el sistema parlamentario y en el voto universal, directo y secreto. Son evidentes entonces las diferencias con Marx, para quien, por una parte, el Estado es un instrumento de la clase 7
social en el poder5, al argumentar que las formas de gobierno se resumen en “dictadura de la burguesía” y “dictadura del proletariado” y por la otra, el objetivo final del socialismo y el comunismo debería ser la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción.
En la medida en que el partido socialdemócrata alemán fue progresando electoralmente a finales del siglo XIX y comienzo del XX, tuvo que abandonar sus posiciones clasistas para poder ganarse al centro político y de esa forma seguir creciendo. El camino trazado por Bernstein condujo posteriormente a proponer un programa político basado en el respeto a la propiedad y en diseño de una política impositiva para financiar una amplia red de programas sociales encaminados a mejorar la distribución del ingreso nacional. En el programa político del partido socialdemócrata alemán de 1921 aprobado en la ciudad de Görlitz prevalecieron las tesis de Bernstein y posteriormente en 1959, en el Programa de Godesberg, el partido abandonó oficialmente el concepto de lucha de clases y se alejó definitivamente del marxismo.
Este desarrollo histórico del socialismo democrático fue significando una ruptura con el comunismo y el leninismo. Tras la revolución rusa de 1917, se produjo una escisión en el movimiento socialista internacional que dio origen, por una parte, a los partidos comunistas seguidores de Lenin y posteriormente de Stalin, agrupados en la III Internacional Comunista y por la otra la socialdemocracia, con fuerte presencia en Europa. En el primer caso, ello se concretó en la instauración del modelo soviético de socialismo que consistió en un control estatal absoluto de la economía con su correlato en la dictadura del proletariado, cuya expresión era el partido único y la supresión de la libertad política, cultural y religiosa. Por su parte la socialdemocracia, se orientó a la conquista del estado de bienestar, basado en la propiedad privada, regulación estatal del mercado y un amplio sector público de la economía, en conjunción con un régimen político fundamentado en una democracia pluralista.
5 Para una discusión sobre las formas de gobierno, véase Norberto Bobbio: La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político, FCE, 2001 8
El socialismo en su versión marxista, que es la que Venezuela debería seguir según Heinz Dieterich6, se caracteriza por la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción fundamentales de la economía. En la voz autorizada de Paul Sweezy7: “El cambio fundamental consistiría en la abolición de la propiedad privada sobre los medios producción. Nótese que ni Marx ni ningún otro socialista moderno de importancia ha planteado la abolición de la propiedad privada sobre los bienes de consumo”. Por ello, con la derogación de la propiedad privada sobre los medios de producción deviene la propiedad estatal, lo que necesariamente llevaría a la planificación centralizada de la economía, con el objeto de enmarcar toda la producción de los bienes y la provisión de los servicios conforme a un plan, como sustituto de las fuerzas del mercado. De ahí que según Huberman8: “Una economía socialista debe ser planificada y si la planificación es imposible también lo será el socialismo”. Este fue el lineamiento que denotó los experimentos socialistas del siglo XX, los cuales, como está contundentemente documentado, acabaron en un trágico final, con el derrumbe de la URSS en 1991 y la transición, gradual pero sostenida, de China hacia una economía de mercado.
Vistas así las cosas, desde los ángulos del socialismo democrático y del marxista, la proposición del socialismo del siglo XXI en Venezuela se presenta como una tesis difusa, confusa e ininteligible, salvo en algunas afirmaciones que por conveniencia política asientan el respeto de la propiedad privada aunque con fuerte regulación estatal, la preservación de la democracia política con importantes condicionantes y su diferenciación con las experiencias socialistas del pasado. Si de ello se tratase, entonces ese socialismo del siglo XXI tiene al menos cien años de desfase por cuanto el mismo sería una versión incompleta, deformada y desmejorada de la propuesta cimera de Bernstein, anteriormente comentada. No hay algo nuevo que merezca destacarse.
6 Heinz Dieterich: Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI, Instituto Municipal de Publicaciones, Alcaldía de Caracas, 2005.
7 Paul Sweezy: Marxiam Socialism, en Leo Huberman y Paul Sweezy: Introduction to socialism, Modern Reader Paperbacks, 1968.
8 Leo Huberman: The ABC of socialism, en Leo Huberman y Paul Sweezy: Introduction to socialism, Modern Reader Paperbacks, 1968.
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Sin embargo, en virtud de la importancia del debate sobre el socialismo, en este artículo se enfatizan dos puntos fundamentales. En primer lugar, lo que hasta el momento se conoce como “socialismo del siglo XXI” en su versión más trabajada, es el intento hecho por Heinz Dieterich; el cual se diferencia de la tesis socialdemócrata toda vez que la misma persigue la eliminación de la economía de mercado, la propiedad privada y el sistema de precios, lo que podría implicar retornar al trueque o la implantación de un Estado omnímodo. En segundo término, a pesar de que el gobierno parece compartir al menos partes de estas ideas, en el mercado internacional del petróleo se comporta como un defensor de “precios monopolísticos”, hecho en si mismo contrario al ideal socialista.
Conviene insistir en que la organización social que brota de esta propuesta socialista en boga se basa en una cierta versión de la teoría marxista del valor trabajo, absolutamente incapaz de explicar el proceso de generación del valor de las mercancías y mucho menos la formación de sus precios en el mercado. El capitalismo actual es lo suficientemente complejo como para analizarlo con el rasero del capítulo I del primer tomo de El Capital, en su vertiente del intercambio de equivalentes como sugiere Heinz Dieterich, quien funge como ideólogo del socialismo del siglo XXI. Tampoco es apta esta teoría para explorar singularidades de mercados que no se rigen por la libre concurrencia, como la analizada por Marx cuando comenzó sus estudios de economía que arrojaron en 1859 la Contribución a la crítica de la economía política y posteriormente su trabajo magno, El Capital, en 1867, cuando su vida se extinguía.
El rol de la economía mundial, el intercambio desigual, la presencia de estructuras de precios con imperfecciones y asimetría de información, el auge de los mercados de capital, el papel de los bancos centrales para mitigar las oscilaciones continuas de la economía, el significativo aumento de la productividad, los cambios tecnológicos, los avances de las comunicaciones que se ha traducido en disminuciones espectaculares de los costos de producción, la sustitución del trabajo no calificado por el calificado a escala planetaria, entre otros elementos; hacen insuficiente a la teoría marxista como herramienta de análisis de la economía actual. Si a ello se añaden las fallas de predicción de Marx sobre el derrumbe del capitalismo debido a la tendencia decreciente que tendría
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la tasa de ganancia, que acabaría de liquidarlo como sistema9 y las limitaciones de Marx para elaborar en detalle sobre la futura sociedad socialista, se completa un cuadro pesimista sobre el marxismo como fuente de inspiración para la construcción del socialismo del siglo XXI.
No debe confundirse las voluminosas erogaciones monetarias que se realizan en Venezuela para el financiamiento de unidades de producción supuestamente socialistas, en buena medida soportadas por la “renta petrolera”, con su viabilidad como sistema económico. Los recursos financieros pueden ser una condición para mantener estas unidades, pero jamás serán la condición necesaria y suficiente para instaurar un régimen socialista. Si una propuesta socialista, de cualquier tipo, no está calzada con el concepto de la productividad tiene sus días contados y ese es el caso de Venezuela.
Heinz Dieterich, inspirador del socialismo del siglo XXI, anunció en junio de 2006 que el presidente Chávez le había solicitado que se acelerara el proceso de transformación de la economía venezolana en una de tipo socialista. En vista de la anemia intelectual en las filas del chavismo venezolano, Dieterich se permitió recomendarle al presidente dos medidas fundamentales para instaurar definitivamente un sistema socialista, entre otra que “La contabilidad y operación de la economía se realice mediante el valor, no sobre el precio de mercado” y que “El intercambio de los productos se realice mediante valores iguales”. Todo esto se concreta en su postulado básico: “Una transición socialista en el mundo actual solo será exitosa si logra sustituir la institución “burguesa” del precio”. Por seguir a Dieterich es que Hugo Chávez ha planteado reiteradamente que las empresas de producción social, las cooperativas y los productores intercambien directamente, reemplazando al mercado y a los precios siguiendo la llamada teoría del valor.
Según Marx, lo que determina el valor de una mercancía es la cantidad de “sustancia creadora de valor”, es decir, de trabajo que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra “se mide por el tiempo de su duración y el tiempo de trabajo tiene,
9 Sobre una discusión de estos aspectos de la inminencia del colapso del capitalismo, véase Lucio Coletti: “El marxismo y el ’derrumbe’ del capitalismo”. Siglo XXI Editores, 1978.
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finalmente, su unidad de medida en las distintas fracciones de tiempo…”. De ahí que “lo que determina la magnitud de valor de un objeto no es más que la cantidad de trabajo socialmente necesario, o sea el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción”10.
La teoría marxista del valor trabajo confronta problemas difíciles para explicar el intercambio entre las mercancías. En primer lugar, requiere valorar “el tiempo de trabajo socialmente necesario” incorporado en las distintas mercancías en términos de “trabajo simple abstracto”, lo cual a su vez implica reducir los trabajos específicos y complejos incorporados en las mercancías a unidades de trabajo simple. Justamente, una operación que implica la existencia del mercado para que ella pueda realizarse. Esto remite a un problema que Marx no pudo resolver satisfactoriamente: la transformación de los valores en precios. Se percató de que en el mercado los bienes se expresan en unidades monetarias, pero no pudo lograr en forma apropiada expresar los valores en su forma de precios. Esto es de fundamental importancia porque allí subyace la propuesta más reciente de Dieterich de valorar los bienes en unidades de tiempo, lo que implica un regreso al trueque.
Por otra parte, la comprensión que tuvo Marx del dinero o la economía monetaria fue, en alguna forma, bastante limitada. Pensó que la función del dinero era básicamente la de servir de forma o manifestación del valor de las mercancías, sin ponderar adecuadamente que las oscilaciones de la cantidad de dinero puede afectar el salario real y con ello la disposición de los trabajadores a ofrecer su fuerza de trabajo para generar valores de cambio.
Si la teoría del valor de Marx no puede dilucidar apropiadamente la conformación de los precios de las mercancías en el capitalismo, menos entonces se habría de esperar que pueda ser usada como basamento para explicar el intercambio de equivalentes y del propósito de fundamentar una nueva estructura de la economía. Al verse atrapado en una contradicción, Dieterich propone una salida todavía peor para solucionar la antinomia
10 Carlos Marx: El Capital, Tomo I, capítulo 1. FCE, séptima reimpresión, 1975.
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entre valor y precios: retornar al trueque. Por ello sugiera que: “La contabilidad y operación de la economía se realiza mediante el valor (los insumos de tiempo), no sobre el precio de mercado. 2. El intercambio de los productos se realiza mediante valores iguales”.
Como consecuencia de la utilización del valor en lugar de los precios, se procura construir una institucionalidad socialista que funcione no según los preceptos del mercado: “Intentos de trascender la economía de mercado que no alcancen esta institucionalidad socialista, revertirán tarde o temprano al capitalismo pleno, por más que se declare el socialismo o comunismo como intención o realidad por parte de los gobiernos”. De allí se deriva su propuesta fundamental para el socialismo del siglo XXI: “El paso decisivo en la transformación de la economía de mercado hacia la economía socialista reside en la sustitución del precio por el valor”. De esta manera en la economía socialista los bienes se expresarían de la siguiente manera: “Al conocerse el valor y el precio, la mercancía de la empresa socialista se pone a la venta con las dos unidades de medición. El empaque de un litro de leche, por ejemplo, llevaría la siguiente denominación: Precio: 2.000 bolívares; Valor: 10 minutos. Al comprar diversos productos, el comprador se dará cuenta que la relación entre valor y precio varía. Por ejemplo, que en un producto 10 minutos de trabajo se expresan en 2.000 bolívares y que en otro producto valen 10.000 bolívares”.
Por tanto, al sustituirse el dinero los bienes se intercambiarían con base en el tiempo de trabajo empleado en producirlos. Estas ideas fueron recogidas por el presidente Hugo Chávez en una exposición el 15 de junio de 2006: “La producción de cachama no debe convertirse sólo en mercancía, que esa es una de las perversiones del capitalismo. Una parte la pueden vender, pero una parte de esa producción oriéntela al trueque”.
Es evidente que una propuesta de esta naturaleza entraña dificultades manifiestas, como por ejemplo, las de imputar el tiempo de trabajo a los servicios, en particular en economías como la venezolana donde su incidencia es significativa. Similarmente, canjear con base en el tiempo de trabajo llevaría a que los productos de los trabajadores
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más ineficientes son los que tengan más valor porque consumirían mayor tiempo en ser producidos. La propuesta de Dieterich es la prescripción para, al eliminar el mercado, remplazarlo por un control que sólo puede ejercer el Estado o un retorno a trueque; con el agregado de que se colocan fuertes incentivos adversos a la eficiencia y productividad.
Una consideración más de fondo tiene que ver con la esencia económica del principal producto que produce Venezuela: el petróleo. ¿Se remplazaría el precio del petróleo por las horas de trabajo necesarias para producir un barril de crudo, cuando es la productividad natural del suelo, su escasez y las condiciones del mercado internacional las determinan los elevados precios y no el esfuerzo de los trabajadores ? De aceptarse la tesis de Dieterich, ¿cómo se realizaría el intercambio del petróleo venezolano en el mercado mundial? ¿Se valoraría según su costo de producción de US$/b 8,00 o se transaría a los precios del mercado, los cuales actualmente están en más de US$/b 50 para el crudo venezolano? ¿Se intercambiaría tomando en cuenta las horas de trabajo para producir el petróleo y las horas de trabajo de los productos que se importan? Esta sería una alternativa “coherente” con la tesis de Dieterich acerca del socialismo del siglo XXI.
Sin embargo, en el ámbito petrolero internacional, el gobierno es celoso defensor de precios elevados: un “halcón” que constantemente propugna dentro de la OPEP rebajar la producción (que implica reducir las horas trabajadas para producir petróleo) para elevar o mantener los precios del petróleo elevados, típicamente el comportamiento de los que tienen poder de mercado o son oligopolístas. La razón es obvia: si Venezuela intercambiase el petróleo que produce tomando como base las horas trabajadas, su ingreso bajaría en forma drástica.
Así se tiene un doble rasero. A lo interno, experimentos “socialistas” supuestamente novedosos, aparentemente orientados por un pensamiento que propugna remplazar el mercado y los precios. En el mercado internacional, no sólo se está de acuerdo con la existencia de precios para el intercambio de mercancías, sino que se propicia lo que Marx llamó (tomo tercero de El Capital) “precios monopolísticos” ligados a la renta territorial, propios de los casos donde existen condiciones naturales y de mercado
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especiales. Es decir, una de las aberraciones más graves que generan en los mercados imperfectos. ¿A esto se reducirá el llamado socialismo del siglo XXI, a un conjunto de ideas y experimentos mal concebidos, sin base de sustentación productiva, financiados por una elevada renta petrolera? La vaguedad de las propuestas del gobierno permite cualquier consideración.
26 de diciembre de 2006
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