A GENOCIDIO de Ghadafi: rebelión del pueblo libio
Domingo Alberto Rangel
--(http://www.2001.com.ve/articulo_opinion.asp?registro=5742)--
En Trípoli vemos como a la brutalidad grotesca de Ghadafi, el pueblo libo opone la resistencia organizada o en trance de organizarse. El ejército, único bastión de un régimen que se ha convertido en una infamia perentoria, dispara sus armas comparadas con el producto de la renta petrolera de Libia. La TV nos ha permitido ver el destino de las armas que la renta petrolera permite adquirir hoy en el exterior. Los cachivaches mortíferos que según presidentes, caudillos o jefes supremos de los países servirían para enfrentar al imperialismo, sólo tiene un uso, el genocidio perpetrado desde el poder. Libia lo está demostrando, el verdadero Libro Verde de Ghadafi abre hoy las páginas mortales para enseñar el único arte que conocen los genocidas, el arte de asesinar con todos los agravantes de premeditación, agavillamiento y alevosía.
El verdadero enemigo de Ghadafi que habrá de deponer a este tirano miserable, es el pueblo libio. Como es Dios según las beatas, tardío pero implacable, la caída por derrocamiento de Moamar Ghadafi se producirá en cierto momento. No valdrán las metralletas rusas o los tanques franceses. Cuando hay suficientes balas y suficientes fusiles, no se necesitan más armas, la insurrección libia será una realidad ineludible y clamorosa. Ghadafi huirá como todos los hombres providenciales cuando llega la hora de la rendición de cuentas que jamás falta a la postre. Entonces, enmudecen las metralletas o pasan a disparar urgidas por el dedo de un hombre del pueblo.
Las cosas, para tristeza de tiranos, no habrán de detenerse allí. Vivimos en la etapa más avanzada del sistema capitalista cuando la acumulación de capital se hace en escala global o no se hace en absoluto. Las naciones pasaron a la historia como factores o actores del drama político. Encima de ellas está la Europa unida y como Estados Unidos es desde su nacimiento –y de allí la superioridad que siempre detentó ese país– como un mercado común en lo económico y como liga o confederación en lo político. En el Norte de Africa la crisis desatada por la irrupción simultánea de las masas, acorralará o liquidará a otros regímenes ya asediados. Argelia y Marruecos no pueden mantener sus gobiernos ambiguos y anacrónicos. Ya el régimen de Argelia, masacrador y corrompido, ha soportado varios intentos de alzamiento, no tendrá la misma fortuna cuando venga la tercera intentona.
El problema del Medio Oriente no está, empero, en el Norte de Africa. Más grave es el problema planteado en la Península Arábiga con países que en medio siglo apenas rebasado pasaron en lo económico de la edad Media a un capitalismo superior al venezolano. ¿Cómo resolver la contradicción planteada entre realidades económicas más parecidas a las de la campiña americana de Texas con un gobierno tan anacrónico en el cual todas las instituciones vienen, sin cambio alguno, de la época de Mahoma quien vivió en el silo V de nuestra era.
Moamar Ghadafi, tirano de Libia y baldín del Africa, comete toda clase de crímenes en la hora postrera de su dominación porque lo ampara una teoría vieja de cinco siglos, la teoría de la soberanía nacional. Fue formulada para los tiempos modernos por un pensador francés, Jean Bodin que los españoles conocen como Juan Bodino en su libro “Les Six Levres de la Republiique”, allá por los inicios del siglo XVI. La soberanía es aquella situación o potestad por encima de la cual no hay ninguna otra, así la definiríamos en un intento de bajar a Bodino del altar de su consagración. La soberanía no reconoce ente superior a ella, ni Dios mismo tiene facultades para tutelar, revisar o siquiera limitar de alguna manera a la soberanía nacional. La nación era para este francés dogmático, ilimitada en su poderes, irrestricta en sus posibilidades, incontenible en sus ambiciones.
Se explican las posiciones dogmáticas de Bodino, vivió él en aquel siglo XVI al que acabamos de aludir cuando naciones como Inglaterra y Francia necesitaban sacudirse la coyunda papal que siempre obraría contra ellas o no las favorecería. Quiere esto decir que la soberanía vino a favorecer, a la larga, al imperialismo como sistema mundial de dominación. Europa y América descartaron al Papa como príncipe supremo pero colocaron en el centro del escenario a la City y a Wall Street que desde 1500 vinieron al mundo y siguen tan campantes como dice Jhonny Walker.
Ghadafi hoy, Pérez Jiménez hace más de medio siglo y Pinochet unos años después, matan, roban, humillan y degradan a sus pueblos porque la teoría del señor Bodino en definitiva así lo determina. Basta que una porción de territorio alcance la independencia para que allí se ejerza la tiranía con todos sus odiosos reflejos. Ghadafi mata, despoja y aplasta a su pueblo inerme porque un pensador del siglo CVI se tomó la molestia de dejar una de las obras memorables de la Ciencia Política. Habría que levantar una teoría que permita a la masa de la población de un país resistir, viril y decidida, la agresión que se consuma contra ella.
Esta teoría existe con teóricos europeos como lo pide la tradición no tan minada como parecería por el paso de los tiempos. La declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano, promulgada por la Asamblea Nacional Francesa, proclama, como es sabido, el derecho a la rebelión. En nombre de ella o usando los derechos que ella confiere con solemnidad grandiosa, puede cualquier pueblo alzarse en armas, resistir de alguna manea y ganarse así el derecho a deponer a un usurpador o a un dictador. El derecho a la resistencia no sólo está en aquella declaración, corre inserto en más de una Constitución Nacional y, desde luego, en la declaración universal de los derechos humanos otorgada por las Naciones Unidas cuando se iniciaba la guerra fría. Hay ya una tradición tricentenaria en el campo de la potestad insurreccional que es atributo de los pueblos.
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