22/07/2016. Editorial Tal Cual
Se acaban de cumplir 200 años de la muerte de Don Francisco de Miranda, coincidencialmente, murió un 14 de julio, aniversario de la Revolución Francesa. Su vida siempre estuvo rodeada de misterio: tuvo hijos, pero no se le conoce esposa; peleó por Francia, pero no era francés; era caraqueño, pero su casa está en Londres, porque fue uno de los primeros venezolanos que probó con el plan «B»; su nombre de pila era Sebastián Francisco de Miranda, pero adoptó otras personalidades; usaba uniforme del ejército ruso, pero no perteneció nunca a esa fuerza; se dice que fue el amante oficial de Catalina la Grande, pero todos sabemos él solo fue el precursor; por último, acaba de ser nombrado póstumamente almirante, pero él era del ejército de tierra.
Miranda fue un hombre afortunado, menos en su tierra. Su nombre está en el arco de triunfo de París, se codeó con reyes y primeros ministros, fue un hombre culto y estudioso que gozó en su tiempo de gran renombre y respeto.
Miranda fue un hombre afortunado, menos en su tierra. Su nombre está en el arco de triunfo de París, se codeó con reyes y primeros ministros, fue un hombre culto y estudioso que gozó en su tiempo de gran renombre y respeto.
Aquí no: en Venezuela Miranda la pasó mal desde chiquito, cuando a su padre lo despreciaron por canario. Las veces que vuelve, no tiene suerte: en La Vela de Coro, la gente huye. Cuando regresa, ya mayor y cercano al final de sus días, se incorpora a la gesta de la independencia, le entregan el mando del ejército de la I República, cuando está ya está prácticamente destruida por radicalismos y conflictos internos que él mismo desde la Sociedad Patriótica ayudó a fomentar. Le nombran generalísimo de una causa perdida y al final terminan culpándole de un desastre completamente previsible desde el momento en que el pueblo ve en los promotores de la libertad los principales causantes de su esclavitud.
Después de muerto, la suerte de Miranda en su tierra no ha sido mejor: le honramos con un billete de ¡dos bolívares!, porque no hay otro de menor denominación, hasta el armadillo tuvo más suerte que él, que está en el de cinco. Sus restos no están en el panteón y el bicentenario su muerte, que hubiese sido una excusa perfecta para la reflexión sobre nuestro incierto destino, sobre esa fatalidad que nos hace ser simultáneamente el país más rico de Hispanoamérica y a la vez, en los tiempos que corren el más miserable, pasó prácticamente desapercibido.
Quizá un buen punto de partida para esa reflexión ha podido ser la famosa frase que Miranda pronunció al ser entregado a los españoles por un grupo de patriotas que interrumpen su sueño, entre ellos, Bolívar, a quien fue menester convencer de no fusilar a Miranda en el acto acusándole de traidor.
Dijo, levantando la lampara que sostenía Soublette -su secretario-para iluminar la cara de los captores, descubriendo a los suyos: «bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche» y se entregó sin oponer resistencia. Algunos exagerados dicen que lo dijo en francés, pero dudo que la palabra exista en francés. Los de por estos lados la conocemos desde niños, cuando nuestra madre nos recriminaba por los desórdenes junto a hermanos o amigos con un: «¡me van dejando el bochinche!». Bochinche es desorden, caos, pero también jolgorio, fiesta. Un desorden festivo, podríamos decir. Eso es lo que somos en definitiva.
Con esta frase Miranda se despide de su patria oficialmente. Es una especie de desilusión para quien no ha hecho otra cosa en su vida que trabajar por la libertad americana. Como señaló alguna vez Uslar, esta frase resultará emblemática de nuestra larga tradición de desunión civil. El bochinche es algo que se hace en grupo y nosotros somos una nación en la que todo termina en bochinche, en desorden y confusión, donde el «vivo» triunfa y la inteligencia se ve relegada. ¿Será que Miranda tenía razón? ¿Por qué -por ejemplo- frente a algo que está tan claramente establecido en la Constitución, como el referéndum revocatorio, hay tanto bochinche ? ¿Será que sobre nosotros se cierne un sino fatal que nos impide -salvo cortos períodos de lucidez, siempre civil- ser gente seria?
Después de 200 años, un sarcófago en el panteón nacional, sigue abierto esperando los restos de Miranda y nosotros esperando la patria de progreso, democracia y libertad que él soñó.
FUENTE: http://laureanomarquez.com/escritos/editorial-tal-cual/bochinche-bochinche/
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