Durante el tercer gobierno de Perón (1973-1974)
FUENTE: http://es.wikipedia.org/wiki/Alianza_Anticomunista_Argentina
Luego
de la asunción de la presidencia por Perón, el 12 de octubre de 1973, continuó
la represión ilegal y los atentados por parte de fuerzas policiales y parapoliciales.
Durante dicha presidencia existieron casos puntuales de represión y
prohibiciones
dictadura previa había
actuado como defensor de presos políticos y, ya senador,
había criticado con
dureza el proyecto de Ley de Asociaciones
Profesionalespresentado al Parlamento por el Poder
Ejecutivo. El artefacto explotó e
hirió en las piernas al senador, pero no
logró matarlo; dos años más tarde repetirían el intento con otro artefacto
explosivo sin lograr su objetivo.12
El 14
de octubre, fue asesinado Constantino Razzeti, bioquímico, dirigente de la
Juventud Peronista. En Santos Lugares, tras rociar con nafta el local fue incendiado
el Ateneo Peronista «Heroica Resistencia», en Avenida La Plata 3820, allí
funcio
naba el Consejo Superior de la JP del Partido de 3 de febrero, algunos
de cuyos
militantes habían sido objeto de provocaciones, días antes, por el
Comando de
Organización dirigido en la zona por Susana Thompson. El 26,
La
Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando Universitario Peronista
de Derecho (CUPDED), la Legión Revolucionaria Peronista, los Grupos de Acción
Peronistas (GAP), el Movimiento Universitario Nacional (MUN) y otras
organizaciones derechistas llevaron a cabo un acto en el Aula Magna de la
Facultad
de Derecho que terminó con destrozos en las instalaciones. La reunión
contó con la
adhesión de la CGT y del Consejo Superior Provisorio de Justicialismo.
Entre los
asistentes se hallaban Alejandro Giovenco (acusado de haber participado en la
matanza de Ezeiza), Juan Carlos Gómez (reconocido como
asesino de la
estudiante Filler en Mar del Plata en 1972 y funcionario
policial), Jorge Rampoldi
(miembro del ex-Sindicato de Derecho), César Augusto
(de la misma entidad), Raúl
Padrés, Rodolfo Galloso y José Luis Núñez, de
similares antecedentes. El decano
Mario Kestelboim solicitó la intervención
policial, que se manifestó en la presencia
del subcomisario Solano. El
funcionario manifestó que no podía actuar sin consultar
con sus superiores
razón por la cual se retiró.
En el
mismo mes, la agencia oficial TELAM informó que en Tucumán las comisiones
policiales antisubversivas habían sido integradas, también, por jóvenes peronistas, a
quienes se les proveyó de armas. Al mando de esas comisiones mixtas se encontraba el jefe de la
policía tucumana, Héctor Luis García Rey.12
A fines
de 1973, la Triple
A difundió
una «lista negra» de personalidades que «serán
inmediatamente ejecutadas donde
se las encuentre». En la lista se encontraban:
Buenos Aires, cercano al Peronismo de
Base. La nómina se completó con los
Atlántida, Rivero y Santa Fe, donde arrestó a los empleados por
difundir libros.
Medina y The Buenos Aires affaire, deManuel
Puig. Todos
los ejemplares encontrados fueron secuestrados.12
El 11
de mayo de 1974 el padre Carlos Mugica fue emboscado cuando se disponía a
Sampay le
dijo:
"El
asesinato del padre Mugica es la respuesta de Perón al retiro de ustedes en la
Plaza. Es una operación maquiavélica destinada a que los militantes de la
Tendencia
se maten entre sí. Demasiado inteligente para que se le haya ocurrido
al animal de
López Rega"14
FUENTE:
: http://es.wikipedia.org/wiki/Alianza_Anticomunista_Argentina
OTRA LECTURA:
Los grandes crimenes del Peronismo
LOS GRANDES CRIMENES (*)
El miedo del dictador
El miedo hace crueles a los déspotas.
Todo lo preparan para ser obedecidos y temidos, pero cuando sus arbitrariedades despiertan a los pueblos, no aciertan sino a dominarlos por el terror. Al tiempo que esto acontece, aquellos ya están atemorizados. No confían en la ley ni en los hombres, y tampoco en quienes los rodean. Saben que sólo se sostienen por la corrupción y la mentira, y que han de ser abandonados apenas estén en peligro. Llegados a este punto, no conciben otra defensa que la represión desproporcionada con la causa que los acobarda. Y así cometen los grandes crímenes.
No llegan a ellos de inmediato. Organizan previamente su sistema de intimidación individual y colectiva, disponen el espionaje, la delación, la formación de bandas armadas, la represión policial, las torturas. Retardan de tal modo la reacción del pueblo, pero a la vez contribuyen a hacerla más decidida. Cuando ésta estalla y comprueban el fracaso de sus métodos preventivos, se resuelven por los otros, los violentísimos, por el 2caiga quien caiga”, de triste recordación.
Nunca será olvidada la tremenda amenaza que el dictador Juan Domingo Perón hizo desde el balcón de la Casa de Gobierno el 31 de agosto de 1955. Sabía que su régimen estaba condenado y presentía el alzamiento triunfal de la ciudadanía. Los hechos del 11 y 16 de junio de ese año le habían dado clara noción del cambio operado en la opinión pública y dudaba acerca de la resolución que debía tomar. En abril de 1953 se había referido a la caída de Hipólito Yrigoyen. “Pero a mí –dijo entonces- no me va a pasar lo de Yrigoyen, porque me voy a ir un año antes de que me volteen.” Los graves acontecimientos producidos en junio le hicieron prever la posibilidad de una nueva e inminente rebelión armada. Pensó entonces en la renuncia, pero se resistía a la idea de abandonar el poder. Optó por simularla, y a ese efecto escribió la que en la mañana de ese 31 de agosto se hizo conocer al país. Sabido es que, como de costumbre, la CGT fue convocada de inmediato y que ésta dispuso, tras de la paralización de las actividades laborales, la reunión de los trabajadores en la plaza de Mayo a fin de requerir el retiro de aquella. En esas circunstancias el dictador, olvidado del tono sereno de su dimisión (1), que a nadie había engañado, incitó a las masas a matar no sólo a quienes intentaren alterar el orden sino a aquellos que conspirasen.
De fracasar la revolución del 16 de septiembre siguiente, barrios enteros de toda las ciudades argentinas se hubieran incendiado, y no cinco por cada uno de sus adictos hubieran muerto, sino millares, en “la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días” (2).
En 1955 el pueblo había perdido el miedo, quien entonces lo tenía, y tremendo, era el dictador.
El crimen premeditado no llegó a consumarse. Pero nuestra historia no olvidará algunos otros de su dictadura, cuya crónica pasamos a hacer.
No llegan a ellos de inmediato. Organizan previamente su sistema de intimidación individual y colectiva, disponen el espionaje, la delación, la formación de bandas armadas, la represión policial, las torturas. Retardan de tal modo la reacción del pueblo, pero a la vez contribuyen a hacerla más decidida. Cuando ésta estalla y comprueban el fracaso de sus métodos preventivos, se resuelven por los otros, los violentísimos, por el 2caiga quien caiga”, de triste recordación.
Nunca será olvidada la tremenda amenaza que el dictador Juan Domingo Perón hizo desde el balcón de la Casa de Gobierno el 31 de agosto de 1955. Sabía que su régimen estaba condenado y presentía el alzamiento triunfal de la ciudadanía. Los hechos del 11 y 16 de junio de ese año le habían dado clara noción del cambio operado en la opinión pública y dudaba acerca de la resolución que debía tomar. En abril de 1953 se había referido a la caída de Hipólito Yrigoyen. “Pero a mí –dijo entonces- no me va a pasar lo de Yrigoyen, porque me voy a ir un año antes de que me volteen.” Los graves acontecimientos producidos en junio le hicieron prever la posibilidad de una nueva e inminente rebelión armada. Pensó entonces en la renuncia, pero se resistía a la idea de abandonar el poder. Optó por simularla, y a ese efecto escribió la que en la mañana de ese 31 de agosto se hizo conocer al país. Sabido es que, como de costumbre, la CGT fue convocada de inmediato y que ésta dispuso, tras de la paralización de las actividades laborales, la reunión de los trabajadores en la plaza de Mayo a fin de requerir el retiro de aquella. En esas circunstancias el dictador, olvidado del tono sereno de su dimisión (1), que a nadie había engañado, incitó a las masas a matar no sólo a quienes intentaren alterar el orden sino a aquellos que conspirasen.
De fracasar la revolución del 16 de septiembre siguiente, barrios enteros de toda las ciudades argentinas se hubieran incendiado, y no cinco por cada uno de sus adictos hubieran muerto, sino millares, en “la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días” (2).
En 1955 el pueblo había perdido el miedo, quien entonces lo tenía, y tremendo, era el dictador.
El crimen premeditado no llegó a consumarse. Pero nuestra historia no olvidará algunos otros de su dictadura, cuya crónica pasamos a hacer.
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CONTINUAREMOS EN LA PARTE (IV)
LOS GRANDES CRIMENES (*)
El miedo del dictador El miedo hace crueles a los déspot
EDICIÓN,TRANSCRIPCIÓN, IMÁGENES: LICENCIADO EN HISTORIA VÍCTOR MANUEL GRUBER DE FIGARELLI, UCV CARACAS, VENEZUELA, 1976
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