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jueves, 13 de febrero de 2014

ROBERTO PALACIO F: LA AGRESIÓN Y LA GUERRA--SU ETOLOGÍA Y LA OBRA DE K. LORENZ--REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES, NO. 14--ULA, MËRIDA, VENEZUELA, FEB, 2003--

Revista De Ciencias Sociales No 14-Universidad de Los Andes (ULA), Méedida, Venezuela, Febrero, 2003. La agresión y la guerra desde el punto de vista de la etología y la obra de Konrad Lorenz Roberto Palacio F[*] Dossier -------------------------------------------------------------------------------- RESUMEN El autor aborda el debate acerca del origen innato o socialmente determinado de la agresión y la tendencia a la guerra entre los seres humanos. Rechazando las tendencias reduccionistas que explican el comportamiento ya sea exclusivamente por la biología y el instinto, ya sea sólo por el aprendizaje y la influencia del medio, el texto recoge los argumentos centrales de la cuestión, desde la etiología y en especial los trabajos de Konrad Lorenz. PALBRAS CLAVE Comportamiento, agresión, etiología, instinto, psicología, violencia ABSTRACT The author examines the debate about the innate or social origin of aggression and tendency to war among human beings. The essay rejects the reductionist positions that try to explain behavior only in terms of biology and instinct or else of learning and context influence. It displays the central arguments in the debate using the etiology's point of view, in particular the works of Konrad Lorenz. KEYWORDS Behavior, aggression, etiology, instinct, psychology, violence. Presentación del problema En su conferencia inaugural como profesor de comportamiento animal del Departamento de Zoología de la Universidad de Oxford en 1968, NikoTinbergen nos advierte sobre la fuerza que en su época estaba cobrando la idea de aplicar las nuevas teorías en biología y etología al estudio del comportamiento humano. La resistencia a la posibilidad de que tal tipo de estudios se llevara a cabo se estaba debilitando, y de hecho libros como Sobre la agresión, de Konrad Lorenz, y El mono desnudo, de Desmond Morris, fueron vendidos como best-sellers desde el comienzo, listos para ser devorados por un público en su mayor parte acrítico que estaba cada vez más dispuesto a aceptar cualquier cosa que los científicos tuvieran que decir acerca del comportamiento humano en términos de experimentos de laboratorio, chimpancés, innatismo y evolución: La mayoría de la gente se ofende en cuanto se sugiere tan sólo que los estudios del comportamiento animal podrían ser útiles para una comprensión, y no digamos para el control de nuestra propia conducta. No quieren que su propio comportamiento sea sometido a examen científico; se ofenden al ser comparados con los animales y estas actitudes de rechazo están tan profundamente arraigadas como complejo es su origen. Pero actualmente estamos presenciando un giro en esta corriente de pensamiento humano. Por una parte, las resistencias se están debilitando y por otra se está incubando una conciencia positiva de las posibilidades de una biología del comportamiento. Esto se ha hecho bastante evidente a partir del gran interés suscitado por diversos libros recientes que están intentando mediante estudios comparados de los animales y del hombre trazar lo que podríamos llamar "las raíces del comportamiento humano". [1] La idea de iluminar el comportamiento humano desde los avances de la ciencia biológica y concretamente desde la teoría de la evolución no era nueva. El mismo Darwin dio algunos pasos en esta dirección antes de ser desanimado por Wallace. Lo que sí era nuevo era el entusiasmo con el que dichas ideas se estaban aceptando, sobre todo la posibilidad de entender algunos de los comportamientos humanos más repugnantes desde el punto de vista moral tal como los asociados con la agresión. Los etólogos comprendieron que el estudio de la agresión humana -y concretamente la agresión intraespecífica (la que se ejerce entre los miembros de una misma especie y no entre especies distintas)- debería ser una de las directrices principales hacia las cuales enfocar la etología, y en esto coinciden prácticamente todos los intentos significativos por aplicar los avances de la biología al campo del comportamiento humano. La idea de Toynbee según la cual la agresión humana era más un producto de la tradición que del instinto había quedado atrás y los avances que se preveían en las ciencias sociales eran promisorios. Tanto Tinbergen como Irenhaus Eibl-Eibesfeldt nos advierten que su principal interés es el estudio de la agresión: Una vez hecha la defensa de la etología animal como una parte esencial de la ciencia del comportamiento, ahora tendré que describir cómo podría llevarse a cabo. Para ello tendré que considerar un ejemplo concreto, y elijo la agresión, la más directamente mortal de todas nuestras conductas.[2] De alguna manera la agresión entre distintas especies no fue un tema central de la etología, los motivos que determinan el comportamiento de un cazador en su interior son fundamentalmente diferentes de los del combatiente.[3] El ejemplo de Lorenz en Sobre la agresión es muy claro al respecto: en la cara del león puede verse que no está enojado al momento de derribar un búfalo, así como se puede ver que el perro que se echa lleno de pasión cinergética contra la liebre tiene la misma expresión alegre y atenta que cuando saluda a su amo. El interés era el de estudiar la agresión intraespecífica ya que los nuevos resultados deberían aplicarse al estudio del hombre. En el caso del hombre, la agresión adquiere una forma peculiar. Según el punto de vista de los etólogos, nos parecemos a otras especies en el hecho de que luchamos con miembros de nuestra propia especie, pero diferimos radicalmente de las otras especies en que en la nuestra la lucha suele adquirir dimensiones destructivas.[4] Según la idea de Tinbergen, "el hombre es la única especie que se compone de asesinos de masas, es lo único que no se ajusta bien en su propia sociedad". [5] Sobre esta idea de la 'inadecuación' de la agresión en la especie humana volveré más adelante. A pesar de esta especificidad de la lucha humana, la etología suponía que un estudio del comportamiento animal podía ser relevante para el estudio de la agresión humana ya que los mecanismos de agresión en el hombre no difieren radicalmente de los que hay en los animales; ambos son el producto de la selección natural y obedecen, al menos inicialmente, a las mismas necesidades tales como la defensa del territorio, la posibilidad de reproducción, etc. Ambos funcionan por medio de complejos 'disparadores' innatos que dan inicio a una conducta. Era simplemente una cuestión de grado de complejidad, pudiéndose construir la agresividad humana como la forma más compleja de agresión en el reino animal y teniendo a esta última como un punto de comparación constante. Creo que acá yacen tres de los supuestos básicos de la etología que será preciso examinar. Los dos primeros van de la mano mientras que el último veremos que es un método propio de las ciencias biológicas y tendremos que preguntarnos si es lícitamente aplicable al comportamiento humano. Esos supuestos son: 1. Evolucionismo 2. Innatismo 3. Método comparativo Aunque estos supuestos teóricos sobreviven a los etólogos de la década de los sesenta y son asumidos por los sociobiólogos que continúan parcialmente con la tradición de la etología, se asumen de una manera distinta, más crítica quizá. La idea de este ensayo es examinar las posiciones de la etología ante el problema de la agresión con un especial énfasis en la obra de Konrad Lorenz. Inicialmente me había propuesto examinar cómo estos tres supuestos sobreviven en la obra de un etólogo como Edward Wilson, pero simplemente los puntos de discusión eran tantos y tan variados que el propósito excedía con creces la extensión de este artículo. Examinaré cómo estos tres supuestos se presentan de una manera especialmente problemática en la obra de Lorenz y de otros etólogos que siguieron sus lineamientos teóricos básicos aunque sostendré que estos problemas no invalidan del todo el intento etológico de entender el comportamiento humano a la luz de la ciencia natural. Por último, plantearé algunas perspectivas sobre las ciencias sociales que resultan del estudio etológico del comportamiento humano. Para ello comentaré las opiniones de Mary Midley en un artículo; "Fatalismos rivales". La posición que defenderé será la de que a pesar de que se pueden hacer críticas de fondo al proyecto de la etología, negar la influencia de causas biológicas -innatas, genéticas- en el comportamiento humano sólo dificulta la tarea de las ciencias sociales. Por otro lado, reconocer estas causas no implica abandonar la consideración de causas culturales que moldean el comportamiento, aunque las causas culturales sean reductibles a las biológicas. La rivalidad entre estos dos juegos de causas es un sinsentido. Decir que la agresión es innata no deja de ser problemático. Pero atribuirle toda la carga de las conductas agresivas al medio es simplemente demasiado difícil de sostener. La agresión humana en la teoría de Lorenz y en la etología El punto de partida de la etología de Lorenz quizá deba buscarse en las teorías inmediatamente anteriores a su época que habían sido influyentes como estudios científicos del comportamiento tanto animal como humano. Conductistas como Watson y Skinner se habían interesado por el estudio de la conducta, teniendo como telón de fondo un aparato conceptual heredado del empirismo según el cual lo determinante para realizar un estudio científico del comportamiento es la observación tanto de rasgos comportamentales como del medio ambiente. La conducta observable es causada casi enteramente por las influencias ambientales con la intervención mediadora de mecanismos condicionantes. En este orden de ideas, las investigaciones conductistas deberían fijarse en los detalles que nos explican cómo el medio ambiente puede cambiar la conducta.[6] Los primeros etólogos se dieron cuenta de que muchas de las pautas de conducta no se podían explicar adecuadamente por medio de los presupuestos teóricos conductistas. Lo que era distintivo de estas conductas era estar fijadas; eran difícilmente alterables o cambiables por el medio ambiente, por mucho que ese ambiente fuese experimentalmente manipulado. A estas conductas fijas se las identificó con lo instintivo. Aquí ya hay una concepción particular de lo que se entiende por instintivo. Lo instintivo, siguiendo la idea de Irenhaus Eibl-Eibesfeldt, era lo pre-programado en el comportamiento animal y humano y en este orden de ideas se identificó con lo innato. Más adelante mostraré cómo esta noción de innatismo es sumamente complicada en el caso de la etología. Aún así, llama la atención que en algunas de las primeras obras de inspiración etológica lo innato es visto como un supuesto poco problemático que puede ser estudiado desde el punto de vista científico ya sea en el laboratorio o por medio de la observación de campo.[7] Lorenz comienza su libro sobre la agresión haciendo hincapié justamente en este punto; en la espontaneidad del instinto de la agresión (innatismo) y en lo poco que el medio ambiente tiene que ver con las conductas agresivas: El conocimiento de que la tendencia agresiva es un verdadero instinto, destinado primordialmente a conservar la especie, nos hace comprender la magnitud del peligro: es lo espontáneo en ese instinto lo que lo hace tan temible. Si se tratara solamente de una reacción a determinadas condiciones exteriores, como quieren muchos psicólogos y sociólogos, la situación de la humanidad no sería tan peligrosa como es en realidad, porque entonces podrían estudiarse a fondo y eliminarse los factores causantes de estas reacciones.[8] Es innegable que a pesar de los problemas que pudiera haber en torno al innatismo de Lorenz, la idea de estudiar la agresión independientemente del ambiente podía arrojar luces sobre un fenómeno que, sobre todo en el caso humano, no parecía tener más explicación que las ofrecidas habitualmente por la psicología y la sociología. Estas, sin embargo, al poner todo el peso de la explicación en los factores condicionantes del medio ambiente, no eran capaces de explicar cómo dos seres humanos criados en las mismas circunstancias podían tornarse uno en un asesino y el otro en una persona pacífica. Hay algo más en la agresión que los meros factores desencadenantes del medio ambiente. Pero la suposición de Lorenz va más allá: la agresión -tanto humana como animal- parece ser un mecanismo que se 'dispara' incluso en el vacío, esto es, incluso en condiciones controladas en las cuales no están presentes los estímulos habituales que generalmente acompañan a las conductas agresivas. La posición que expresa Eibl-Eibesfeldt refiriéndose a los experimentos animales de Kruijt es justamente la que sostiene Lorenz: Los sistemas pulsionales en que se basa la agresión deben de ser innatos. Kruijt crió gallos de pelea en aislamiento, que cuando fueron adultos combatieron a sus semejantes con las pautas comportamentales típicas de su especie. Mas si no se les daba ninguna oportunidad de pelear, lo hacían con su propia cola o atacaban con los espolones su propia sombra, lo cual demostraba a las claras su ansia de combatir. Experimentos nuestros todavía en curso demuestran que los hámsters y ratones domésticos criados en aislamiento social y colocados dentro de un laberinto en T escogen por lo general la rama cuya camarita final contiene un congénere del mismo sexo libremente accesible y combatible. El congénere que se halla en la rama opuesta, dentro de una jaulita de alambre y por lo tanto inatacable, interesa visiblemente menos. Los mamíferos sin experiencia social dan, pues, muestras de apetencia para el combate. Podemos decir por lo tanto que las adaptaciones filogenéticas determinan el comportamiento agresivo en un gran número de vertebrados. Muchos animales están programados de modo que reaccionan a determinadas señales con un comportamiento agresivo y las pautas motoras que intervienen en ese comportamiento son en esencia pautas innatas. Además, el comportamiento agonístico no siempre es de carácter puramente reactivo. La espontaneidad y la apetencia de combate demostrable también en los animales socialmente inexperimentados conduce a deducir la existencia de mecanismos pulsionales innatos.[9] Lorenz va a entender los instintos agresivos, tanto animales como humanos bajo un modelo que podemos calificar de 'hidráulico', para seguir con la analogía que dibujan Erich Fromm y Edward Wilson cuando critican a Lorenz. Esto lo que quiere decir es, básicamente, que la agresión humana y animal es entendida como un mecanismo que 'se llena', que ocupa por completo las posibilidades de manifestación conductual del organismo y que eventualmente debe ser 'descargado' en la forma de conductas agresivas. Es algo así como un pistón que se llena de vapor caliente que debe ser descargado, pero sólo cuando el pistón está lleno; la válvula de escape se encuentra en la parte superior del cilindro por así decirlo. Es natural, dado este punto de vista, pensar en la espontaneidad de la agresión. Si el mecanismo se encuentra lleno, es inevitable que se 'desborde'. Lorenz encuentra la confirmación de estas ideas en experimentos como los que hemos mencionado anteriormente según los cuales los organismos exhiben conductas agresivas incluso en condiciones controladas. En la sociedad humana, el desahogo de estas conductas agresivas debe contar con canales por medio de los cuales la agresión se pueda encausar hacia formas socialmente aceptables y la idea de Lorenz, antes que combatir o inhibir estas conductas agresivas, es encontrar más mecanismos que permitan su expresión, como los deportes de masas, distintas formas de confrontación ritualizada, etc. E. Wilson lo explica con toda claridad: Freud interpretó la conducta en los seres humanos como el resultado de un impulso que constantemente busca desahogo. Konrad Lorenz, en su libro On Aggression, modernizó este punto de vista con nuevos datos tomados de los estudios de la conducta animal. Llegó a la conclusión de que los seres humanos comparten un instinto general de conducta agresiva con otras especies animales. Este impulso debe aliviarse de algún modo, aun cuando sea solamente por medio de deportes competitivos. Erich Fromm, en The Anatomy of Human Destructiveness, adopta un punto de vista diferente y todavía más pesimista de que el hombre está sujeto a un único instinto de muerte que habitualmente lleva a formas patológicas de agresión más allá de aquellas que encontramos en los animales. Ambas interpretaciones son esencialmente incorrectas. Al igual que tantas otras formas de conducta e "instinto", la agresión en cualquier especie determinada es en realidad un mal definido ordenamiento de respuestas diferentes con controles separados en el sistema nervioso.[10] Claro está que las críticas no se hicieron esperar al modelo hidráulico de Lorenz. Ese sólo mecanismo no parecía ser suficiente para dar cuenta de la enorme variedad de conductas agresivas que despliega el comportamiento humano y el animal. Piénsese en la enorme cantidad de formas de agresión sutiles y variadas que existen entre los seres humanos: agresiones verbales, agresiones por omisión (por dejar de hacer). Es sólo gracias a una organización conceptual determinada que hemos puesto juntas todas las conductas que llamamos agresivas, lo cual no quiere decir que ellas obedezcan necesariamente a los mismos mecanismos desencadenantes, algo que los avances neuro-fisiológicos de la época de Lorenz quizá no estaban en capacidad de explicar. Wilson sí reconoce abiertamente este punto. Pero así no estuvieran claros los mecanismos neuro-fisiológicos que subyacían a la agresión, la forma en que esta había llegado a formar parte del acervo comportamental de los animales y del ser humano sí estaba clara. Para explicar la existencia de cualquier órgano o pauta de conducta, Lorenz estudiará su valor de supervivencia dentro de la especie. Esto parece ser un supuesto poco problemático ya que se conoce claramente el compromiso de Lorenz con el darwinismo. Pero ciertamente, la idea de que tanto los órganos como las pautas de conducta pudieran ser estudiados por medio de la teoría evolucionista apenas se comenzaba a explorar seriamente. El mismo Lorenz debe hablar a favor de ella en un artículo llamado 'La evolución de la conducta'[11]. En este artículo, Lorenz tendrá que demostrar que las pautas conductuales también pueden ser objeto de investigación evolucionista. Comienza examinando el hábito de rascarse en dos grupos animales tan distintos como las aves y los perros y encuentra similitudes que lo llevarán a sostener que hay pautas de conducta heredadas que pueden ser referidas de una especie a otra. La agresión es una de dichas pautas de conducta. Así como el fisiólogo explora los esqueletos de un organismo y los compara con los de otro organismo para descubrir su antepasado común, lo mismo se puede hacer con el comportamiento. Lorenz hablará del 'esqueleto de la conducta'. En mi opinión, esta parte de la teoría de Lorenz es quizá la que más se expone a la crítica. Claro que Lorenz no podía buscar el antepasado común a las aves y a los perros para sostener que tienen estructuras en común (aunque ciertamente ambos son amniotas), y concretamente, estructuras comportamentales comunes. Simplemente el antepasado común se encuentra muy atrás en la escala evolutiva, lo que hace que diferencias significativas a nivel fisiológico y comportamental se hubieran podido incorporar en la historia de esos dos organismo. Debe entonces hacer depender su argumento de un presupuesto metafísico, de difícil comprobación desde el punto de vista de la ciencia empírica. Lorenz sostendrá que bajo todas las variaciones de la conducta individual subyace una estructura interna de ésta que puede caracterizar a miembros de un grupo taxonómico más grande que una especie; de la misma manera que el esqueleto de antepasados primitivos caracteriza hoy la forma y estructura de los mamíferos. Estos patrones de conducta deben estar enraizados de alguna manera en la carga fisiológica común a las especies que los exhiben: Cualquiera que sea su causa fisiológica, forman indudablemente una unidad natural de herencia. La mayoría de ellos se transforman sólo de manera muy lenta en el transcurso de la evolución de las especies y se resisten obstinadamente al aprendizaje individual; tienen una espontaneidad particular y una considerable independencia de los estímulos sensoriales inmediatos. A causa de su estabilidad constituyen, junto con las estructuras esqueléticas de los animales, que evolucionan de modo más lento, un objeto ideal para los estudios comparativos que aspiran a aclarar la historia de las especies.[12] Sobra decir que la agresión se encuentra entre tales conductas. Pero, ¿qué se debe entender por una unidad natural de herencia, por una carga fisiológica común a las especies? ¿Se debe entender diseños o incluso 'formas' conductuales que subsisten a las mismas especies y que se manifiestan en ellas a través del tiempo? De ser así, indudablemente la teoría evolucionista en Lorenz asumiría la forma parcial de una teleología centrada en las pautas conductuales ya que la idea de que a la evolución subyacen formas supra-específicas se acerca mucho a la idea de que hay causas finales hacia las cuales tienden las especies en su desarrollo. Lorenz nunca nos aclara lo que estas expresiones significan, convirtiéndose en supuestos de la teoría etológica que quedan en el misterio. En todo caso, lo que sí se alcanza a entender es que la agresión, al ser una de dichas unidades, es más permanente que las especies mismas. Gracias a la estabilidad de estas unidades, los animales se ven enmascarados en conductas agresivas incluso en cautividad. [13] Es posible que Lorenz pensara que sus unidades, que sus cargas fisiológicas, fueran el quid del innatismo de la conducta agresiva. Pero sólo una investigación más detallada en este particular nos podría aclarar la interrogante. Los estudios etológicos posteriores fueron especialmente cuidadosos con el asunto del innatismo del comportamiento. Concretamente, en el caso de Tinbergen, el asunto del innatismo debe estar acompañado por un serio estudio en embriología que nos diga realmente qué porción de la conducta es adquirida y cuál no lo es. Tinbergen traza una distinción fundamental entre innato como significando anterior al nacimiento -referido a una pauta conductual, por ejemplo- e innato como no adquirido. La agresión bien puede ser innata en el primer sentido y no serlo en el segundo. Ciertamente, en el argumento de Lorenz hay que reconocer que innato se puede referir a conductas adquiridas, así sea en un momento anterior al nacimiento o simplemente de una manera independiente del entorno.[14] Sea cual fuese la verdad en este asunto, no hay que suponer que la agresión se debe a una pulsión que excede y precede el mismo tiempo de existencia de un organismo y de una especie. En todo caso, Lorenz termina comprendiendo la conducta como un órgano, y más concretamente, como la capacidad exhibida por un órgano, una comparación difícil, si tenemos en cuenta la enorme diversidad de conductas a través de las cuales se manifiesta la agresión mientras que una capacidad es más bien individual y única, un punto al cual ya he hecho mención más arriba. Pero ciertamente es acá en donde entra a jugar un papel preponderante el método comparativo. Quizá quien más ha investigado las implicaciones del método comparativo es Eibl-Eibesfeldt. Una de las críticas más fuertes al método comparativo la encuentra este autor en las ideas de Schmidbauer. Las siguientes citas tomadas de Schmidbauer demuestran según Eibl-Eibesfeldt la escasa comprensión que los críticos del problema etológico tienen sobre los principios de la investigación de la convergencia y la comparación. El citado autor afirma: La investigación de la convergencia resulta muy fructífera en los análisis funcionales meramente biológicos, pues muestra cómo una situación inicial concreta se modifica en el curso de la adaptación convergente... En la problemática de la etología humana se torna irrelevante, porque en este campo las convergencias, en la mayoría de los casos, se deben a causas diferentes: la evolución biológica en la esfera zoológica, la cultural en la antropológica... La única base de la etología humana radica en las homologías. Los etólogos americanos y británicos así lo han comprendido y se centran casi exclusivamente en investigaciones sobre los primates.[15] Y añade la siguiente frase para completar su crítica: "Por lo tanto, la investigación de la convergencia carecerá de cualquier valor heurístico si las convergencias en el hombre y en el animal se efectúan por caminos diferentes." Eibl-Eibesfeldt responderá a esta crítica basándose en la obra de Lorenz: la idea es que es casi un rasgo típico de las convergencias el que se realicen por caminos diferentes. La evolución del ala de un insecto y la del ala de un ave son diferentes. No obstante, las formas son comparables puesto que son órganos para el vuelo, y de esa comparación podemos aprender qué especiales presiones selectivas han actuado en el desarrollo de esas estructuras. Pero claro está que la respuesta no es del todo adecuada. Mientras que las condiciones que 'modelaron' el ala de un ave y la de un pájaro son más o menos estables y constantes, a saber, las propiedades aerodinámicas del medio en el cual esos dos órganos han de volar, las condiciones que pudieron dar origen a la conducta agresiva son más variadas y quizá no guarden todas una serie de propiedades unitarias especificables. A pesar de esto, Eibl-Eibesfeldt reconoce la importancia de la homología: la investigación de las homologías le proporciona a los biólogos información sobre la herencia común a un grupo, y de ese modo enseña, entre otras cosas, de qué potencial se dispone. Además, permite reconstruir series evolutivas filogenéticas.[16] Pero la respuesta no es del todo adecuada. En el fondo, el asunto es si el estudio del comportamiento de peces de arrecife de coral realmente nos puede decir algo acerca de la agresión humana. Y aquí quizá sea pertinente la crítica que Stephen Jay Gould le hace a E. Wilson, refiriéndose a la analogía. Nos dice que este autor lo que pretende es hacer un recuento de una serie de patologías comportamentales que tienen una base genética indudable, y luego nos pide que supongamos que esos comportamientos tienen las mismas causas, o al menos que sus causas se mueven dentro de un mismo 'rango', por así decirlo.[17] La agresión, a pesar de tener una base genética, quizá no haya sido moldeada en todos los organismos por las mismas causas aunque estas obedecieran a las mismas necesidades: éxito reproductivo, cuidado del territorio, etc. Pero, ¿qué implicaciones tiene todo esto frente al estudio del hombre? Lorenz ve al hombre como un animal en el cual dichas unidades y cargas fisiológicas comunes a otras especies también se manifiestan. Por eso no tiene reparo en comenzar su estudio sobre la agresión humana hablando de la territorialidad de los peces de arrecife. Este es ciertamente uno de los puntos complicados en la obra de Lorenz. Acá de nuevo es determinante el estudio de Tinbergen como un texto en el cual se toma una distancia crítica con respecto a algunos de los planteamientos de Lorenz. El problema como tal no está en el hecho de que el estudio del comportamiento humano se comprenda dentro de la biología; ciertamente pienso que las creencias acerca de la 'dignidad humana' no se ven afectadas porque comprendamos nuestro actuar a la luz del actuar animal. El asunto está en cómo hemos de llevar a cabo la comparación. Considero que mi mejor forma de colaborar es discutir lo que existe en la etología que pudiera ser útil a las demás ciencias del comportamiento. Lo que nosotros los etólogos no deseamos, lo que consideramos definitivamente erróneo, es una aplicación acrítica de nuestros resultados al hombre. En lugar de ello, al menos yo personalmente pienso que es nuestro método de aproximación, nuestro razonamiento, lo que podemos ofrecer; y también un poco de sentido común y disciplina Y más adelante añade: He puesto tanto énfasis sobre este tema del territorialismo de grupo porque la mayoría de los que han tratado de aplicar la etología al hombre lo han hecho equivocadamente. Han cometido el error, al que me refería antes, de extrapolar sin crítica los resultados de los animales al hombre. Tratan de explicar el comportamiento humano utilizando hechos que sólo son propios de algunos animales que hemos estudiado. Y, como los etólogos señalan, no hay dos especies que se comporten igual. Por tanto, en vez de seguir este camino fácil, debemos estudiar al hombre en su propio ser y repito que el mensaje de los etólogos es el de los métodos más que el de los resultados; la etología debe utilizarse como método de estudio.[18] La teoría de Lorenz, sin embargo, no está tan dispuesta a reconocer esta distancia crítica entre el comportamiento humano y el animal. Nuestra conducta está sujeta a las mismas leyes causales de la conducta animal y tanto peor para nosotros si no reconocemos este hecho.[19] Lorenz tiene claro que este estudio no nos priva de ninguna forma de dignidad, ni nos hace menos libres. Es más, el conocimiento que tengamos de nosotros mismos es lo único que puede aumentar el poder que tengamos sobre nuestra conducta. Ese conocimiento debe necesariamente pasar por el reconocimiento de la conducta de otros seres vivos. En el caso específico de la agresión humana, la etología, en general, y concretamente la obra de Lorenz la ven como el resultado de un instinto innato, una idea que ya hemos mencionado. Pero ciertamente que esta es la única forma de explicar el comportamiento continuo de enfrentamiento y de guerras entre una especie que se cree a sí misma razonable. La experiencia repetitiva de la destrucción de la guerra y de la pérdida de vidas humanas que ella implica no nos ha hecho ser más racionales con respecto a la necesidad de evitar la guerra. Lorenz cita la idea de Hegel según la cual la historia enseña claramente que los hombres no han aprendido nada de la historia. Esta conducta irracional debe inevitablemente tener un origen instintivo filogenético. La visión que tiene Lorenz presenta a la especie humana bajo el espectro de un profundo pesimismo. La capacidad conceptual no es suficiente para contrarrestar los efectos de la instintividad agresiva. Si bien comimos de la manzana del árbol del conocimiento, lo complicado es que la manzana no estaba madura. El conocimiento nacido del pensamiento conceptual le quitó al hombre la seguridad de la instintividad y la auto-regulación que el juego de instintos implicaba mucho antes de poder proveerlo con mecanismos de control que tuvieran la misma eficiencia. El hombre es un ser en peligro. Esta idea de la inadecuación entre la instintividad humana y la capacidad conceptual era un ítem teórico muy común en los estudios de la conducta de la época de Lorenz. La idea aparece claramente en la obra de Arthur Koestler y claro está que la inminenete posibilidad de una catástrofe nuclear tenía que haber influenciado esta visión pesimista de los años sesenta; el hombre es una criatura cuyo aparato conceptual puede armar una bomba atómica y cuyos instintos agresivos no vacilarán en detonarla. Así, Lorenz llega a una consecuencia desafortunada acerca del papel del pensamiento conceptual en la sociedad humana: "Todos los grandes peligros que amenazan a la humanidad con la extinción son consecuencias directas del pensamiento conceptual y del discurso verbal".[20] El asunto de la agresión en la sociedad humana se ve agravado por el hecho de que somos criaturas omnívoras, físicamente débiles, carentes de garras y pico, lo que hace difícil que un hombre mate a otro sin armas. Por esta razón, la evolución no nos dotó de fuertes mecanismos de inhibición de la lucha y las formas de agresión no se encuentran tan ritualizadas como en otras especies. El pensamiento conceptual, sin embargo, nos ha permitido desarrollar armas artificiales que permitían matar de un golpe y trastornó gravemente el equilibrio entre unas inhibiciones relativamente débiles y la capacidad de matar a otros. A esto me refería más arriba cuando hablaba de la 'inadecuación' de la agresión y la violencia en la sociedad humana. La situación se ve obviamente complicada por el desarrollo de armas que actúan a distancia, ya que allí sí son evidentes los escasos mecanismos para inhibir la agresión, como la súplica del contendor o el miedo a la réplica de éste, que no pueden operar.[21] El que subsistan en el hombre el instinto agresivo junto con la capacidad conceptual es a todas luces un error de la evolución, como es un error la existencia de los artrópodos y de los marsupiales, para ponerlo en términos de Koestler.[22] Lorenz, sin embargo, debe buscar la razón por la cual, en el caso del hombre, la lucha es comunitaria, es decir, entre grupos y no entre individuos. Aunque es claro que en el caso del hombre, la lucha adquiere formas intra-individuales, las formas de combate que son verdaderamente significativas para comprender la guerra son las que se dan entre grupos. En alguna etapa de nuestra evolución, los primates homínidos que dieron origen al hombre tienen que haberse defendido de los peligros que los amenazaban y el mayor de estos peligros provenía de su propia especie. Es apenas natural suponer que los grupos que actúan de manera agresiva tienen una clara ventaja en este juego evolutivo. Habrá entonces un valor de supervivencia en las virtudes del guerrero, incluso en la neurosis obsesiva que busca el enfrentamiento constante, como en el citado caso de los utos de Lorenz. El hecho de que el enfrentamiento fuese intra-específico tiene un gran papel en el desarrollo exagerado de la agresión y la violencia en la sociedad humana, en su desarrollo hipertrófico ya que la competencia entre congéneres puede conducir a curiosísimos resultados sin ningún fin biológico o adaptativo al ejercer una presión selectiva sin relación con el medio ambiente. La hipertrofia del instinto de la agresión entre los humanos obedece a dicha causa, según Lorenz.[23] ¿Qué hemos de hacer para evitar la destrucción total? Hemos visto que la racionalidad no ofrece una respuesta al problema en el sentido de contravenir los impulsos instintivos de una manera inmediata. Para retomar la frase deWilson: 'El hombre utiliza la razón como último recurso'. Tampoco tiene mucho sentido intentar eliminar los supuestos estímulos externos que puedan estar relacionados con la agresión: hemos visto que esta se 'dispara en el vacío'. Pero aunque la razón no puede enfrentar estos instintos de manera inmediata, "La razón quiere y puede ejercer una presión selectiva en la dirección correcta"[24] ya que sólo el autoconocimiento de la agresión puede ayudarnos a sublimarla hacia formas en que ella resulte inofensiva, como los deportes de masas, los enfrentamientos ritualizados, la controversia del diálogo, etc. Perspectivas para las ciencias sociales Tanto Lorenz como Wilson han estado dispuestos en sus razonamientos a reconocer constantemente la carga y el peso de la cultura en la constitución del ser humano y ambos han enfatizado la idea de que se atienda tanto a la cultura como a los factores instintivos y genéticos en la comprensión de la naturaleza humana. La objeción facilista a la sociobiología y a la etología, consistente en decir que ignoran el peso de la influencia cultural, se basa, en su mayor parte, en un desconocimiento de las teorías expuestas por Lorenz o, más recientemente, por Wilson. Lorenz lo advierte constantemente y con toda claridad en Sobre la agresión: El bagaje del hombre en normas de comportamiento filogenéticamente programadas depende tanto de la tradición cultural y responsabilidad racional como la función de estas dos depende de la motivación instintiva. Si fuera posible criar un ser humano, de constitución genérica normal, en condiciones en que quedara privado de toda tradición cultural -cosa imposible no sólo por razones éticas sino también biológicas- el objeto de esa cruelísima experiencia estaría muy lejos de corresponder a la reconstrucción de un antepasado prehumano todavía sin cultura. Será un pobre inválido con una deficiencia de las funciones superiores, comparable a algunos idiotas en los que una encefalitis sufrida durante la infancia o la vida intrauterina suprime las funciones superiores del córtex cerebral. Ningún ser humano, ni el mayor de los genios, podría inventar por sí solo todo un sistema de normas y ritos sociales capaces de reemplazar la tradición cultural.[25] La crítica a la sociobiología y a la etología tendría que ser hecha con mayor profundidad para dar en el blanco de lo más problemático. Mary Midgley ha expuesto una crítica, que pienso es la más acertada, en su artículo "Fatalismos rivales"[26]. Si bien estas disciplinas reconocen la existencia e importancia de la noción de cultura, la retórica que manejan en términos de genes, de instintos innatos, de carga fisiológica, de unidad natural de herencia, etc., es incompatible con este reconocimiento y más bien sugiere que tanto Lorenz como sus herederos teóricos en la sociobiología están convencidos de haber descubierto las causas últimas del comportamiento humano. El lenguaje en el cual están escritas la sociobiología y la etología sugiere que los genes, las cargas filogenéticas y demás son las causas últimas y determinantes mientras que las que operan durante la vida de un organismo son más bien secundarias si es que no inoperantes.[27] Quizá el sentido en el cual se deba entender esta idea de las causas determinantes es que los etólogos y sociobiólogos piensan haber encontrado las causas más arcaicas: en la historia pre-cultural de nuestra especie se sentaron las causas determinantes de nuestra historia más reciente, incluyendo todo el desarrollo de la cultura y claro que Lorenz y Wilson en esto tienen razón: las explicaciones que demos de la cultura ya no pueden seguir ignorando la historia evolutiva de la especie. La falla del argumento está en suponer que las causas más arcaicas son las que mayor poder explicativo tienen. Es claro que lo remoto de una causa en el tiempo no hace que ella sea más explicativa. Si esto fuera así, dice acertadamente Midgley, el Big-Bang tendría que ser la explicación adecuada de todo. A la etología y a la sociobiología les cuesta trabajo comprender que de estas causas remotas y arcaicas se puedan producir efectos complejos, los cuales exhiben a su vez propiedades nuevas, emergentes. Tal es el caso de la cultura y de la agresión humana. Este punto lo ha reconocido Jerome Barkow en su artículo sobre la sociobiología como una nueva teoría de la naturaleza humana[28]. Allí nos dice que tanto a nivel individual como a nivel de la cultura, el comportamiento humano exhibe una serie de propiedades llamadas emergentes; aquellas que no son reductibles a ningún tipo de teoría biológica aunque esas propiedades estén causadas por elementos que a su vez son productos de la selección natural. Aquí no hay nada misterioso. Una propiedad emergente de un sistema es una propiedad que no es reducible o predicable de los elementos componentes del sistema. Tanto los compuestos químicos como las sociedades humanas tienen tales propiedades. Estas se pueden apreciar incluso en los sistemas más sencillos; mientras que el balde lleno de agua está mojado y el agua tiene la capacidad de mojar, difícilmente diríamos que la molécula individual de H2O está mojada. Ahora bien, es conveniente que el nivel de habla propio de las ciencias sociales, el nivel de habla de lo cultural y de lo mental, se mantenga. Es un nivel de habla que nos puede ayudar a comprender y a conceptuar ciertos fenómenos que serían de muy difícil comprensión desde una descripción puramente naturalista. Imaginemos la sencilla situación de intentar explicarle a alguien que 'A esté enojado con B' en términos de la biología, la neurofisiología y otras ciencias naturales. Quizá tendríamos que comenzar con algo así como: 'A tiene estimuladas las fibras c en el sector x de su cerebro a causa de una estimulación proveniente de B, etc.' Es más sencillo decir simplemente que 'A está enojado con B' aunque el término 'enojado' sea un término mentalista y sea, en últimas, reductible a causas bien sea fisiológicas, biológicas, etc. Hasta acá lo que tiene que ver con la crítica a la etología y la sociobiología. Pero en el otro lado del espectro está la actitud de defender la especificidad de las ciencias sociales frente a cualquier 'embate' de la ciencia natural. La observación crítica de Richard Dawkins en el 'Gen egoísta' sigue teniendo plena validez incluso hoy; este autor comienza su estudio diciéndonos que hasta el momento (década de los setentas-mediados) las ciencias sociales han sido escritas como si Darwin nunca hubiera existido. La ciencias sociales hasta el momento han asumido la posición de que las causas innatas pueden ser ignoradas y esta posición se ha vuelto tan común que ni siquiera están conscientes del error los 'cientistas sociales'. Es evidente que la fuerte influencia de corrientes conductistas y behavioristas en las ciencias sociales es, al menos en parte, responsable de la omisión. Pero esta omisión no tiene sentido; conjuntos de causas como los que estamos examinando -culturales y biológicas- no pueden llegar a estar en competencia. Esto es un resultado de esas propiedades emergentes que mencionábamos más arriba. Marx no dejó de creer en causas físicas o genéticas cuando llamó la atención hacia las causas económicas, así como no tienen los sociobiólogos y los etólogos que dejar de creer en causas genéticas por haber reconocido la importancia de las causas culturales y sociales. La posición de Midgley es muy clara al respecto: no es que la polarización sea nociva para ambos lados, es que no tiene sentido: la polarización es fútil [29]. Midgley caracteriza la posición de rechazo a la influencia de la biología en las ciencias sociales de la siguiente manera: muchos de los académicos de las ciencias sociales que adoptan esta línea de pensamiento dan por hecho que el comportamiento no tiene causas innatas ya que dicha creencia parece ser algo seguro, económico y muy propio de sus propias disciplinas. Pero aunque la creencia parece segura y económica dada su familiaridad, no lo es. Si algo muestra el examen de los conceptos y de las creencias es que la familiaridad no es garante de seguridad: en materia conceptual y doxástica, el piso sobre el que caminamos a diario se puede desplomar en cualquier momento debajo de nuestros pies. Este es el caso de la creencia en cuestión (la idea de que el comportamiento no tiene causas innatas y que en ese orden de ideas las ciencias sociales no pueden ni deben ser influenciadas por la biología): sostener que la gente gran medida maleable, influenciable por el medio y que este medio es determinante (que 'el hombre se hace y no nace' como le escuché recientemente a una joven antropóloga entusiasta) no implica necesariamente echar por la borda las explicaciones biológicas. Implica, al menos, aceptar que existen asombrosos mecanismos biológicos que permiten que nos programemos en muchos sentidos y que en este orden de ideas, el aprendizaje y la conducta sean diversos y de amplia influencia. Aceptar la biología no implica aceptar una forma de determinismo ramplón. Lo que sí es claro para Midgley es que debemos abandonar la visión ya común en las ciencias sociales acerca del hombre como un kleenex recién sacado de la caja, un ser absolutamente permeable por el medio, infinitamente pasivo e inerte frente a éste. Esto se puede comprender por medio de una idea del mismo Lorenz, forjada varios años después de su libro sobre la agresión. Lorenz nos habla de una programación abierta: Un programa genético de esta naturaleza contiene varios programas individuales para la construcción de diversos mecanismos, y, en ese orden de ideas, no presupone menos información que un programa singular cerrado, sino mucha más información que debe ser genéticamente transmitida.[30] La agresión, el aprendizaje etc. son conductas de programación abierta. Con esto, evidentemente hay un giro de posición con respecto a sus primeras aproximaciones a la conducta en las cuales la agresión y otras conductas se entendían como condicionadas por mecanismos más bien únicos y simples. Para abreviar, la agresión no es simplemente una acción estándar del ambiente sobre el organismo, involucra actividades propias de éste también.[31] Suponer lo contrario implicaría quizá una argumentación muy enrevesada. Tomemos el caso que nos plantea Midgley. Supongamos que alguien quisiera dar razón de todo el amplio rango de conductas sexuales humanas explicándolas solamente en términos de los condicionamientos culturales. Si el estudio ha de ser completo, esta persona tendría que dedicarse durante una enorme cantidad de tiempo a demostrar que la fisiología no tiene un papel preponderante en la conducta sexual de tal manera que las causas físicas resultan irrelevantes. Pero es evidente que tal tipo de posición no es sostenible, aunque por increíble que parezca, ésta ha sido un lugar común en las ciencias sociales. Marsahll Sahlins[32], por ejemplo, afirma que defiende la idea de resguardar la frontera de la ciencia social contra la invasión del estudio de los motivos individuales y nos dice que así está protegiendo la autonomía de la cultura y del estudio de la cultura[33]. Si lo que quiere decir es que la cultura tiene sus propios métodos de estudio, está en lo cierto, pero si lo que quiere decir es que la cultura es un fenómeno totalmente autocontenido en el sentido de que no tiene que atender a otros contenidos, entonces la idea se hace absurda: (...) es evidente que muchas otras causas sí afectan a los seres humanos aparte de las culturales, por ejemplo, los antropólogos deben tener en cuenta condiciones climáticas, geológicas y médicas.[34] El error de una posición como la de Sahlin consiste en suponer que la investigación sobre la cultura es una isla y que debe estar aislada para proteger su pureza contra la insensibilidad de las ciencias naturales. La posición de la autora que venimos trabajando es en este sentido tajante: Tanto los proyectos de los genes como los de la cultura son elementos en la historia humana. Ninguno de los dos lados tiene el derecho de mover las cuerdas ni de ser escogido como el que da la última llave de acceso al significado de un fenómeno.[35] El precio de cerrar los caminos que conducen de una investigación a otra puede ser alto; el de oscurecer una mirada de la totalidad. Para cerrar su argumento en este punto particular, Midgley nos ofrece una divertida anécdota de seis ciegos que examinan un elefante con el fin de describirlo. Luego de palpar al perplejo animal, uno llegó a la conclusión de que había tocado una pared, otro un árbol, para el tercero se trataba de una serpiente, para otro era un abanico, para el quinto era una lanza y para el último era una soga. BIBLIOGRAFÍA 1. Barkow, Jerome, "Sociobiology: New Theory of Human Nature?" en Ashley Montagu, Sociobiology Examined, Oxford University Press, 1980. 2. Eibl-Eibesfeldt, Irenaus, Amor y odio, Barcelona, Salvat Editores, 1987. 3. Jay Gould, Stephen, "Sociobiology and Human Nature: a Postpanglossian Vision", en Ashley Montagu, Sociobiology Examined, Oxford University Press, 1980. 4. Koestler, Arthur, Jano, Madrid, Editorial Debate, 1981. 5. Lorenz, Konrad, Sobre la agresión, el pretendido mal, Madrid, Siglo XXI Editores, 1971. 6. Lorenz, Konrad, "La evolución de la conducta", en Heinz, Friedrich (ed.), Hombre y animal, estudios sobre el comportamiento, Madrid, Ediciones Orbis, 1985. 7. Lorenz, Konrad, Behind the Mirror, New York, London, Harcourt Brace Jovanovich, 1978. 8. Midgley, Mary, "Rival Fatalisms", en Ashley Montagu, Sociobiology Examined, Oxford University Press, 1980. 9. Ruse, Michael, Sociobiología, Madrid, Cátedra, 1983. 10. Sahlins, Marshall, The Use and Abuse of Biology, Michigan, Michigan University Press, 1976. 11. Stevenson, Leslie, Siete teorías de la naturaleza humana, Madrid, Cátedra, 1981. 12. Tinbergen, N., "Guerra y paz en los animales y en el hombre", en Heinz Friedrich (ed.), Hombre y animal, estudios sobre el comportamiento, Madrid, Ediciones Orbis, 1985. 13. Wilson, Edward, Sobre la naturaleza humana, México, F.C.E., 1997. -------------------------------------------------------------------------------- [*] Filósofo - Universidad de los Andes. Profesor de cátedra del Departamento de Filosofía - Universidad de los Andes.«« Volver [1] N. Tinbergen, "Guerra y Paz en los animales y en el hombre", en Heinz Friedrich (ed.), Hombre y Animal, Estudios sobre el comportamiento, Madrid, Ediciones Orbis, 1985, págs. 166-167.«« Volver [2] Ibid, pág.169.«« Volver [3] Véase K. Lorenz, Sobre la agresión, el pretendido mal, Madrid, Siglo XXI Editores, 1971, pág. 34.«« Volver [4] Llama la atención que en obras como la de Lorenz y Tinbergen la agresión interespecífica humana se equipara con la agresión interespecífica animal y ambas son desechadas como objetos de estudio de poco interés para la etología. Desde cierto punto de vista, es posible argüir que la agresión interespecífica humana se diferencia de la animal en que esta última no adquiere dimensiones destructivas mientras que la primera sí, lo cual se puede observar en el comportamiento humano de exterminio masivo y matanza de otrasespecies por placer o recreación. Este punto es reconocido por Raymond Dart cuando afirma que los hombres se revelan como asesinos sin restricción ni inhibiciones, no sólo de otras especies sino de la suya propia. Biológicamente hablando, todos descendemos de Caín. Citado por Michael Ruse en Siciobiología, Madrid, Cátedra, 1983, pág. 86.«« Volver [5] Ibid, pág. 170.«« Volver [6] Véase Leslie Stevenson, Siete teorías de la naturaleza humana, Madrid, Cátedra, 1981, pág. 149.«« Volver [7] Véase Lorenz, 1971, op. cit., capítulos 1-2.«« Volver [8] Ibid, págs. 60-61.«« Volver [9] Irenaus Eibl-Eibesfeldt, Amor y Odio, Barcelona, Salvat Editores, 1987, pág. 71.«« Volver [10] Edward Wilson, Sobre la naturaleza humana, México, F. C. E., 1997, págs. 146-147.«« Volver [11] Konrad Lorenz, "La evolución de la conducta", en Heinz, Friedrich (ed.), Hombre y Animal, Estudios sobre el comportamiento, Madrid, Ediciones Orbis, 1985, págs. 19-34.«« Volver [12] Ibid, pág. 25.«« Volver [13] Ibid, pág. 30.«« Volver [14] Véase Tinbergen, 1985, op. cit., pág. 184.«« Volver [15] Eibl-Eibesfeldt, 1987, op. cit., pág. 22.«« Volver [16] Ibid, pág. 23.«« Volver [17] Stephen Jay Gould, "Sociobiology and Human Nature: a Postpanglossian Vision", en Ashley Montagu, Sociobiology Examined, Oxford University Press, 1980.«« Volver [18] Tinbergen, 1985, op. cit.«« Volver [19] Lorenz, 1971, op. cit., págs. 245-277.«« Volver [20] Ibid, pág. 262.«« Volver [21] Ibid, pág. 267.«« Volver [22] Arthur Koestler, Jano, Madrid, Editorial Debate, 1981, pág. 35.«« Volver [23] Lorenz, 1971, op. cit., pág. 269«« Volver [24] Ibid, pág. 336«« Volver [25] Ibid, pág.299«« Volver [26] Mary Midgley, "Rival Fatalisms", en Montagu, 1980, op. cit. Debo advertir que en la última parte de este escrito seguiré la crítica de esta filósofa muy de cerca porque pienso que es la crítica que trae a la luz con pleno sentido lo que la existencia de la etología y la sociobiología implican para las ciencias sociales. Además, como veremos, ataca nociones que se han vuelto una moneda de uso común en las ciencias sociales.«« Volver [27] Ibid, pág.25«« Volver [28] Jerome Barkow, "Sociobiology: NewTheory of Human Nature?" en Montagu, op. cit.«« Volver [29] Midgley, op. cit., pág. 22.«« Volver [30] Konrad Lorenz, Behind the Mirror, New York, London, Harcourt Brace Jovanovich, pág. 81.«« Volver [31] Midgley, op. cit., pág. 28.«« Volver [32] Marshall Sahlins, The use and Abuse of Biology, Michigan, Michigan University Press.«« Volver [33] Citado por Midgley en el artículo comentado acá.«« Volver [34] Midgley, op. Cit., 1980.«« Volver [35] Íbid, Pág. 29.«« Volver InicioRevista No 14 La agresión y la guerra desde el punto de vista de la etología y la obra de Konrad Lorenz

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