La envidia
Los envidiosos incurables han inspirado los movimientos revolucionarios
LEONOR FILARDO | EL UNIVERSAL
lunes 14 de noviembre de 2011 12:00 AM
Helmut Schoeck, sociólogo y escritor austríaco alemán, en su libro La Envidia, una Teoría de la Conducta Social, plantea que la envidia es una fuerza en el centro de la vida social. Si el hombre es un ser envidioso en extremo, a la larga este sentimiento puede destruirlo y, desde este punto de vista, es un fenómeno psicológico/patológico. El problema fundamental es la envidia patológica.
La capacidad de envidiar es un signo de advertencia. Como existe la tendencia a hablar en términos abstractos de justicia, o de lo intolerable e injusto, el líder o el político utilizan este lenguaje para apoderarse del poder estimulando la guerra entre pobres y ricos, y prometiéndoles a los desposeídos que los va a igualar con los poderosos. La manipulación de la desigualdad y esa etiqueta de lo injusto fue lo que llevó a Marx a utilizar las asimetrías como instrumento político, como el opio de la religión, o la enseñanza a los políticos de prometer felicidad a aquellos que creen que es posible alcanzar la igualdad.
La realidad es que la desigualdad en el ser humano es natural. Una cosa es que el Hombre haya sido creado a imagen y semejanza de Dios en cuerpo, alma, razón y libertad, y otra son la herencia, la educación, la cultural, el entorno donde se crece, la responsabilidad, las virtudes o vicios que practica, sus inquietudes intelectuales, entre las más importantes son la genialidad, la inteligencia, la dedicación, la disciplina en la práctica de las virtudes. Este conjunto de elementos es lo que les permite a los seres humanos ser distintos, y, según el camino que tomen, alcanzarán o no una riqueza legítima o un determinado status en la sociedad. En la vida es imposible lograr la igualdad. Los genios nacen, no se fabrican.
La envidia es universal. Una sociedad puede subsistir con envidia, pero cuando un gobierno ejecuta una política social, implícita o explícita, basada en la envidia, ella puede ser más destructiva que aquella que ha fabricado una filosofía económica y social que no se funda en ella. La asignación de recursos escasos en cualquier sociedad donde las decisiones descansan en la envidia, conduce al despilfarro, a la ineficiencia, a la destrucción del aparato productivo.
El envidioso quiere ver el objeto de su envidia destruido, robado, desposeído, humillado, herido, pero nunca piensa en qué hacer para ver la transferencia de lo envidiado a su propiedad. La capacidad de envidiar es una emoción que puede ser tratada como una psicopatía, pero a su vez es un problema sociológico de primer orden. Este tipo de persona nunca está dispuesta a entrar en una competencia justa. Sus complejos son tan grandes que siempre encuentra un culpable. En vez de buscar la excelencia y acercarse a los exitosos para aprender, sus amigos los encuentra en aquellos que sufren del mismo mal, y se junta con ellos para profundizar el sufrimiento de los pueblos.
Los envidiosos incurables han inspirado los movimientos revolucionarios, pero nunca logran una sociedad estable. Los ejemplos más contundentes son la URSS (que se destruyó), la China de Mao (que después de su muerte fue transformada por los líderes que actualmente la gobiernan), Libia (Gadafi terminó asesinado por su pueblo), Egipto (Mubarak finalizó en una cárcel), y algunos países del ALBA financiados por la riqueza petrolera venezolana. Sus líderes, en nombre de los pobres, se apoderaron de los poderes, de las industrias, de las haciendas productivas, del comercio, del poder, de la propiedad privada, de las viviendas, destruyeron los servicios públicos y la infraestructura, implantaron las regulaciones más absurdas que generan escasez y corrupción (según el Índice de Transparencia Internacional, las calificaciones, de 1 a 100, son: Bolivia 27, Nicaragua 25, Ecuador 22 y Venezuela, la más corrupta, 19). La apropiación de los recursos del Estado produjo un despilfarro nunca visto, y condujo a los países a la ruina, aumentando el desempleo, creando una sociedad de pobres, de mendigos y criminales donde solo crece la inseguridad.
El socialismo extremo es producto de la envidia que destruye a los países política, económica y moralmente. Por ello los líderes que aspiran a dirigir la sociedad deben orientar sus políticas sin envidia para que la nación se reconcilie, separar los poderes, fomentar y proteger la propiedad privada, y estimular la innovación, el crecimiento económico y, sobre todo, la prosperidad en beneficio de todos.
cedice@cedice.org.ve
@cedice
No hay comentarios:
Publicar un comentario