Eloy Torres Román
EL hombre nuevo
--( En www.2001.com.ve, marzo 12, 2011 )--
En el siglo XX, todo aquel que haya vivido el comunismo, es decir: nacer en su medio o bien, ingresar en sus filas, encantado por el ideal comunista, se habrá topado con la expresión “El hombre nuevo”. Hoy, en pleno siglo XXI, los venezolanos despertamos en una mañana improvisada y escuchamos esa frase. No terminamos de digerir el sonido de las balas en los barrios y en otros sitios que no son tan barrios, cuando, de boca de ciertos personajes, escuchamos disertar sobre el “hombre nuevo”.
Este paradigma se le atribuye, con razón, a Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) quien bajo la influencia de Chernichevsky y su libro ¿Qué hacer?, exaltó la figura de Rahmetov, personaje principal de esa obra, como el paradigma del revolucionario a seguir. El escrito es de un escaso valor literario, pues es un panfleto. Mas, sin embargo, refleja la dimensión de las convulsiones sociales de la Rusia zarista; y expresa cabalmente al nihilismo, como actitud filosófica dominante en los círculos intelectuales rusos.
No obstante, para los comunistas, “El hombre nuevo”, como concepto, ha sido el gran gancho axiológico, con el cual, varias generaciones, fueron ancladas a partir de la realidad existencial rusa. Luego, cuando esas mismas generaciones conocieron las condiciones reales y tangibles de cómo era ese laboratorio para formar al “hombre nuevo”, apostaron y siguen apostando por una sociedad huérfana de iluminados y de falsos mesías, empeñados en cambiar los tiempos. Por ejemplo, el tiempo pasado, como referencia vivencial, siempre es malo. No es casual que el tiempo pudiese ser modificado en la novela “1984” de Georges Orwell. El pasado, según los comunistas, es impredecible; el presente, en tanto que obligado (¿acaso, por fuerza natural, no lo es?) constantemente aparece como lucha, batalla, combate, y en cambio, el futuro es presentado como una apuesta al reino de la libertad y el bienestar. Ese tiempo, en manos de los comunistas, siempre es promisorio. Obviamente, como quiera que el futuro es incógnito, el hombre pude caer en la tentación de creer en la citada prédica sobre el hombre nuevo.
El comunismo, como sistema totalitario, siempre nos muestra la imagen del mesías, apuntando con su dedo al futuro que lo transforma todo. Ahora bien, su omnipresencia se transforma en el factor dinamizador de la sociedad, en tanto que ella es marginada. Es un sistema social que destruye los factores sociales que le brindan cohesión, en aras de implantar un esquema centralista para limitar la libertad a escala general. Es un poder que induce y estimula la desintegración de la sociedad para sustituirlo por el culto a la personalidad de un individuo montado en un aparato represivo.
En su esencia, el comunismo suscita el infantilismo. A partir de la predisposición lúdica del infante se estructura la noción del “hombre nuevo”. Este busca la resocialización del infante; es más difícil hacerlo con adultos. El poder comunista estimula pedagógicamente “el hombre nuevo”, pero como quiera que éste siempre fracasa en su empeño de borrar la antropología, entonces, utiliza el miedo y la represión, como medios eficaces para “implantar” su teoría del “hombre nuevo” con carnet rojo. El comunismo lo que crea es un frankenstein, sin valores ni educación, ni sentido crítico, pues centra la educación en la promoción del “hombre nuevo”, como epígono de un individuo, como el único factor dinamizador de la sociedad y ello es un gran atraso. En el siglo XXI, es como salir corriendo detrás de un hombre a caballo, como decía Andrés Eloy Blanco.
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