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sábado, 10 de agosto de 2024

UN HEROE DE VERDAD

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Este tipo es esencialmente *un superhéroe en la vida real.*


En 1974 salvó a 30 personas de morir en un accidente; 2 años después salvó a OTRAS 20 de morir ahogadas; y 9 años después SALVÓ A OTRAS 35 de un incendio.


Esta es la historia de *Shavarsh Karapetyian.*

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La natación olímpica es una de las disciplinas estrella de los Juegos y sus héroes ocupan las pantallas en ese montón de modalidades que engloba: espalda, braza, estilos, artística, saltos...


Y aún podría tener más. De hecho, si buceo de competición hubiese sido disciplina olímpica, todos recordaríamos a Shavarsh Karapetyan, nadador armenio que batió el récord del mundo once veces y fue campeón mundial en diecisiete ocasiones.


Karapetyan nació en 1953 en la ciudad armenia de Vanadzor, al norte del país, cuando esta todavía se llamaba Kirovakan y pertenecía a la URSS.


Desde muy crío, se interesó por el nado subacuático, algo que  ya en la adolescencia, le sirvió para que nuestro futuro héroe salvase una primera vida: la suya.


Cuando tenía 15 años se metió en una pelea con un grupo de macarras locales que, no contentos con darle una paliza, le agarraron entre todos y le tiraron al lago con una piedra atada al cuello por echarse unas risas y porque hay gente que viene con el cable pelado de serie.


El chaval consiguió soltarse el pedrusco y salir a la superficie tras varios minutos de apnea forzosa. 

Después del "simpático" incidente, Karapetyan decidió que se iba a poner en serio con los entrenamientos por si las moscas.


El siguiente encuentro entre la muerte y nuestro bravo nadador no-olímpico sucedió en 1974. 

Karapetyan, que ya era recordman y campeón mundial en varias ocasiones, viajaba en un autobús junto a otros treinta atletas por una serpenteante carretera de montaña.


Mientras circulaban por una curva junto a un barranco de 500 metros, el autobús perdió agarre y comenzó a precipitarse hacia el precipicio. El conductor del vehículo profirió un grito de terror y saltó por patas de la cabina.


Por suerte, Karapetyan tenía pelotas de acero porque, aunque no disponía de carnet de conducir, destrozó el vidrio que separaba la cabina del conductor a golpes, se subió al asiento y, de un volantazo, consiguió cruzar el vehículo por el medio de la carretera.


Había burlado una vez más a la parca y, además, había salvado la vida de otros treinta camaradas deportistas, hijos todos de la madre patria. Fue la primera vez que, preguntado por su acto salvador, Karapetyan contestó: «Bueno, es que yo era el que estaba más cerca».


Sin embargo, los medios de transporte rodados de la URSS aún no habían dicho su última palabra. 


El 16 de septiembre de 1976, un trolebús urbano lleno hasta los topes se desenganchó de la catenaria y cayó, morro adelante, dentro del lago Yereván.



Karapetyan acababa de terminar su rutina mañanera de entrenamiento y en vista del desastre, pensó en hacer lo que cualquier persona sensata habría hecho: pedir. Luego se dio cuenta que tenía a mano a un buceador de sin igual capacidad y valor. 


*Él* era la ayuda.


El trolebús había caído a 25 metros del borde y yacía en el fondo del lago a 10 metros de profundidad. Para acabar de rematarlo, en 1976, el lago Yereván no era básicamente una gigantesca charca llena de fango donde vertían las cloacas municipales.


Todo eso se la traía laxa a nuestro héroe: pese al frío y la nula visibilidad, alcanzó un lateral del vehículo y rompió una de las ventanas de una patada porque quién necesita aletas cuando tus pies son armas de precisión.


Durante casi veinte minutos, Karapetyan rescató a treinta personas del interior inundado del trolebús. Una a una. Treinta y cinco segundos por cada inmersión.


Pateando entre el agua helada, la suciedad y los restos de metal y vidrio que flotaban por todas partes y que le golpeaban y le rasgaban la piel. Cuando salió por trigésima vez a la superficie, el nadador se desmayó.


El efecto combinado de la hipotermia y la infección producida por las heridas expuestas al agua contaminada le provocó una neumonía severa que le condujo a un coma del que no despertaría hasta cuarenta y seis días después.


Cuando abrió los ojos en una cama de hospital, lo primero que hizo fue preguntar por los pasajeros del trolebús. No pudo rescatarlos a todos y ni siquiera consiguió salvar a todos los que rescató, pero veinte personas habían conservado la vida. 


Karapetyan era un héroe.


Todas las fotos y documentos relativos al accidente se guardaron en oscuros archivos judiciales durante 6 años hasta que, el 12 de octubre de 1982, el Komsomolskaya Pravda publicó un reportaje titulado: «La batalla subacuática del campeón».


Al poco de salir a la luz, Karapetyan recibió más de setenta mil cartas de agradecimiento de todos los confines de la URSS, y el Sóviet Supremo le condecoró con un montón de medallas más, incluidas las de Maestro del Deporte de la URSS y la de la Orden del Distintivo al Honor.


Ahora sí que sí era un héroe de la patria y, sin embargo, siguió manteniendo el mismo perfil humilde: «Debería haber estado compitiendo en Alemania, pero dio la casualidad de que, cuando el trolebús cayó al lago, yo era quien estaba más cerca».


Las complicaciones derivadas de la neumonía y la hospitalización, unidas a una recién desarrollada fobia al agua, acabaron con la carrera deportiva de Shavarsh Karapetyan, que se retiró a trabajar como ingeniero en una planta de componentes electrónicos.


Eso no fue óbice para volver a ser el tipo que estaba más cerca cuando, el 19 de febrero de 1985, un incendio se desató en el Pabellón de Deportes de la Armenia Soviética.


Ni corto ni perezoso, el exnadador tiró para adentro y comenzó a sacar gente atrapada entre las llamas cual bombero de película capitalista norteamericana. 


Una vez más sufrió un colapso y una vez más pasó una buena temporada en el hospital.


Tras esta última heroicidad, Karapetyan estaba ya hasta las narices de tanto trajín, así que se mudó a Moscú y fundó una pequeña zapatería deportiva llamada Segunda Bocanada.


Tras toda una vida arrebatándole presas a la muerte, se ve que en Rusia ya no quedaban más condecoraciones para darle así que, en 1986, el astrónomo Nikolai Chernykh, bautizó con su nombre a un asteroide (el 3027 Shavarsh).


En 2010 fue galardonado con el Fair Play Award de la UNESCO, y en 2014, con motivo de los Juegos de Invierno de Sochi, se convirtió en la única persona que ha portado la antorcha olímpica en dos relevos distintos durante la misma olimpiada.


«Lo hice una vez por Rusia y la otra por Armenia» afirma divertido cuando le preguntan. A día de hoy vive tranquilamente en Moscú con su familia, su tienda y un carretón de medallas que el hombre no tiene ya paredes dónde colgarlas.


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