Manuel Malaver
--(La Razón / www.noticierodigital.com)--
El Cisne Negro, Chávez y el impacto de la altamente improbable
11 Septiembre, 2011
No creo que el corredor de bolsa, investigador financiero, profesor de la cátedra de Incertidumbre de la Universidad de Massachusetts Amherst y “empirista escéptico” estadounidense de origen libanés, Nassim Nicholas Taleb, conozca mucho de un país del norte de América del Sur llamado Venezuela, y mucho menos que su actual presidente, Hugo Chávez, un teniente coronel que se sintió de pronto redentor, revolucionario, socialista, y destinado a dirigir los destinos de la república por largos 18 años o más, fue diagnosticado en junio pasado de un cáncer que no se sabe si es de colon, próstata o vejiga y que de tener consecuencias fatales dejaría su obra “apenas” comenzada y su reinado hasta el 2021 o 2027… definitivamente trunco.
opinan los foristas
Lo señalo porque de ser lo contrario, de tener noticias de Venezuela, Chávez y del cáncer que padece, estoy seguro que les dedicaría unas líneas en una apostilla que dicen publicará en meses sobre su obra ya clásica, “The Black Swan: The Impact of the Highly Improbable” (The Random House Group), traducida al español como “El Cisne Negro: el impacto de lo altamente improbable (Paidos Ibérica. Barcelona) que conmovió la comunidad científica de Estados Unidos, Europa y Asia hace 4 años, se constituyó en una referencia para asomarse a los sucesos que condujeron a la crisis económica global del 2009 y se afirma llegó para que el flujo de los datos que anuncian las catástrofes históricas empiecen a leerse de ahora y para siempre de una manera absolutamente diferente.
La teoría del libro del profesor, Nassim Nicholas Taleb, (que es también miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York) puede resumirse de manera sencilla: algunas grandes crisis confunden, aturden, y tardan en prender la luz al final del túnel porque tienen un decurso, en primer lugar, “impredecible”; en segundo, “altamente improbable”; y por último, generan tal sorpresa, desconcierto y caos, que lograr que las aguas vuelvan a su cauce requiere riesgos, más crisis, e interminables marchas y contramarchas.
Conmoción que en el orden de los asuntos naturales y humanos solo puede compararse al nacimiento o aparición de un “Cisne Negro”, suceso igualmente “impredecible”, “altamente improbable” y tan “sorpresivo” que produce consecuencias cuyas sequelas se hacen sentir por largo tiempo en la comunidad científica, social y cultural.
Desde luego que para el investigador financiero, corredor de bolsa, y “empirista escéptico”, profesor Nassim Nicholas Taleb, las pruebas de su teoría pueden buscarse en la crisis financiera del 2009, que estalló en el cielo sereno de una época de auge sin precedentes de la economía, no dio señales de que un iceberg se aproximaba a chocar contra su casco, y, lo que es peor, fue tan sorpresiva que ya dura largos 2 años, se anuncia una nueva recesión, y no hay dudas que será más larga de cualquier otra que se haya conocido.
Pero, igualmente, el 11 de septiembre del 2001, como el atentado contra un príncipe en Sarajevo en 1914 que dio origen a la “Primera Guerra Mundial”, tienen características de “Cisnes Negros”; lo mismo que la caída del Muro de Berlín en 1989, y, últimamente, la rebelión de un grupo de países árabes-islámicos a favor de la democracia y la libertad en África del Norte y el Medio Oriente, y ¿por qué no? (digo yo), el cáncer que en junio pasado el diagnosticaron al presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
Y aquí viene la artillería pesada de las 432 páginas del texto del profesor Taleb, pues remontándose a la griegos y romanos, pasando por la Edad Media, el Renacimiento y la revolución postindustrial, aterriza en pleno siglo XXI, cuyo establecimiento intelectual y académico, pero en especial a sus economistas e historiadores, acusa “de estar bien dotados para describir las causas de una crisis, de una guerra, o una revolución ya pasadas, pero en general son incapaces de anticiparlas”.
O sea, que tales “autoridades (Bildunssphilsters, engañabobos, como los llamaba, Nietzsche) son muy buenos para predecir los sucesos, pero de un modo retroactivo”.
“Distorsión que se alimenta” insiste Taleb “en un sesgo que nos empuja a sobreestimar el valor de las explicaciones racionales de los datos, a la vez que subestimamos la importancia de la aleatoriedad inexplicable de los datos. Existe una base genética y filosófica para entender lo mal preparados que estamos los humanos cuando nos enfrentamos a la incertidumbre y la aleatoriedad”.
Según Taleb, “la evolución no favoreció un tipo de pensamiento complejo y probabilístico, antes al contrario, somos muy rápidos en adoptar decisiones instantáneas apoyados en una mínima cantidad de datos o en teorías superficiales y carentes de solidez, tal vez (sugiere un divertido Taleb), porque quienes divisaban un león y echaban a correr por presuponer que todos los animales salvajes siempre comen seres humanos, tenían más probabilidades de sobrevivir que quienes preferían poner a prueba tal hipótesis de una manera experimental. Claro que hay leones de talante amistoso (como también hay cisnes negros), pero es preferible ser prudente y cauteloso de antemano que sufrir más tarde las consecuencias de semejante prueba (problema de la inducción)”.
“Además” sigue “existe un problema filosófico fundamental: la platonicidad o “falacia platónica”. Somos hijos de la escuela platónica que nos animó a preferir la teoría estructurada, ordinaria y comprensible a la desordenada y compleja realidad; por otra parte, nos inclina, asimismo, a seleccionar únicamente los hechos que encajan en nuestras teorías (falacia de las pruebas silenciosas) o cuando los hechos han tenido lugar, nos creamos historias post-hoc para que el hecho parezca tener una causa que no es sino una falacia narrativa”.
A estas alturas, Taleb la emprende “contra los “modelos de gestión de riesgos que se usan actualmente, y que han hecho ganar a algunos académicos su Nobel de Economía (Taleb cita expresamente a Robert C. Merton y Myron S. Scholes, promotores del fiasco del LCTM) que excluyen precisamente los eventos raros que aparecen de vez en cuando y cuyos efectos económicos pueden ser muy importantes”.
Estos académicos y muchos analistas cuantitativos “tranquilizan a los ejecutivos de las empresas, los reguladores y los inversores con una ilusoria sensación de seguridad que no tiene para nada en cuenta la aparición ocasional de cisnes negros que pueden dejar arruinados a más de uno”. Para Taleb “esta “falacia de la regresión estadística” que consiste en creer que la probabilidad de futuros eventos es predecible examinando acontecimientos de eventos pasados está muy arraigada entre los actores económicos, que tampoco entienden que la aleatoriedad estructurada que encontramos en los juegos de azar (teoría de probabilidades clásica) no se parece a la aleatoriedad que encontramos en la vida real”.
En otras palabras, que frente a la realidad, los hechos, lo impredecible, lo improbable, lo aleatorio, frente a los “Cisnes Negros”, estamos absolutamente inermes, desnudos, como Dios nos trajo al mundo, y sin otra alternativa o receta que refugiarnos en “el sentido común” que puede contener las vías para soportar los chaparrones y salir medianamente librados de ellos.
Y al detenerme en esta conclusión del texto del profesor, Taleb, se me ha ocurrido pensar en el “Cisne Negro” del cáncer que se le diagnosticó al presidente, Chávez, el 10 de junio pasado, que de acuerdo a la metódica de su teoría, cumple con las premisas para ser definido como tal, pues, 1) Fue impredecible 2) Altamente improbable; y 3) Ha suscitado tal sorpresa en su entorno y en él mismo que, desde entonces, el gobierno venezolano parece una nave a la deriva que avanza hacia un abismo del cual, no es que no se desviará, jamás regresará.
En cuanto a la primera y segunda premisas, podría argumentarse que rayaría en la locura que un ser humano no estuviese preparado para la probabilidad de ser “diagnosticado de cáncer” en un momento de su vida, pero ¿no es igualmente cierto que Hugo Chávez planificaba y actuaba como un ser “no humano”, como un superhombre o semidios destinado a escalar alturas, propósitos, y metas donde ningún otro venezolano o latinoamericano había llegado?
¿No es cierto, también, que conforme a su soberbia, arrogancia, egotismo o narcisismo, más bien se preparaba para morir en su lecho pasados los 100 o más años?
Todo lo cual explicaría “el shock”, que según él, lo sacudió, lo conmovió, lo trastornó, al ser informado por Fidel Castro “de que le habían detectado células cancerosas en su cuerpo”.
“Cuando Fidel me dijo el diagnóstico” le contó Chávez al entrevistador, José Vicente Rangel, en su programa de televisión “José Vicente hoy”, el domingo 7 de agosto “pedí retirarme a un baño solo, y ya entre cuatro paredes, lloré, y lloré como un niño, mientras me preguntaba: “¿Por qué a mí, por qué a mí, por qué a mí?”.
La respuesta es sencilla, diría el profesor Nassim Nicholas Taleb: “Pues, porque a pesar de los enormes progresos científicos del último siglo, estamos inmersos, como humanos, en lo impredecible, lo altamente improbable, lo aleatorio, en el estupor que nos genera sentirnos en su torbellino, y con poca o ninguna capacidad para fabricar milagros, reacciones sobrenaturales, y resultados voluntaristas”.
Chávez, en efecto, no está respondiendo con “sentido común” al “Cisne Negro” que se le ha atravesado en su plan de vida, no se está sometiendo a un tratamiento que lo recupere de su grave enfermedad, y más bien insiste en predicar que está sano, que puede seguir gobernando el país, cuando lo que está es desatando una ola de caos, anarquía e ingobernabilidad, que ya parece que no solo él, sino todo el gobierno, padece de un cáncer de tipo IV.
O sea qu,e exactamente como los presidentes de bancos de inversión, corredores de bolsa, especuladores, profetas, analistas de riesgo, economistas e historiadores que a 2 años del estallido de la crisis de 2009 siguen preguntándose: “¿Por qué a mí, por qué a mí, por qué a mí?”
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