Opinión
Alberto Barrera Tyszka
El Nacional / ND
El telesocialismo del siglo XXI
Chávez, en cadena nacional y doblado al chino, habla de las viviendas que entregará en 2018, dando por descontado que, en ese año, él y su programa seguirán al aire
A quel domingo en la tarde, cuando Zobeyda Josefina Morales levantó el teléfono, quedó inmediatamente paralizada. Del otro lado de la línea, sólo alcanzó a escuchar dos frases: "Zeng ping tiau ñong pin fú ¡Jua kin tiang ming Zu guey fin!". Tras dos segundos de duda, miró a su marido con una seriedad poco común: "Coño, Chuo, ¡no me digas que te pusiste a pedir comida china!", le reclamó. Estaban en la carpa número 63 del destacamento militar. Corría el mes de marzo de 2017. Llevaban ya ocho años viviendo ahí. En el auricular, volvió a sonar otra frase incomprensible. Zobeyda estuvo a punto de soltar algo sobre lumpias y chop suey cuando, de repente, escuchó una voz conocida: "¡Eh! ¡Ajá! ¿Quién anda por ahi? ¿No me reconocen? Estamos llamando, en vivo y directo, desde el programa Aló, Presidente. Oye, Hong Bo, ¿cómo se dice Aló, Presidente en chino, ah?".
No pude evitarlo. Mientras veía una de las cadenas orientales de esta semana, me vino de pronto esa imagen. La idea de que ahora sí es verdad que todo se solucionó: ¡llegaron los chinos!, me remitió de forma irremediable a un espectáculo de variedades donde, cada semana, va rotando un número distinto, otro acto de magia, un nuevo elefante colorado que salta sobre una sola pata, seis malabaristas que eructan fuego, un payaso con un zapato más largo que el otro. ¿No vivimos hace ya un tiempo lo mismo con los rusos? ¿No asistimos ya a algo parecido con los bielorrusos? ¿Y los turcos? ¿No estuvieron por aquí, hace poco, en el mismo plan? ¿Dónde hemos visto y oído todo esto antes? El asunto, en realidad, no tiene que ver con el inmenso número de viviendas que necesita el país. Se trata, más bien, nuevamente, de la forma como el Gobierno aprovecha cualquier elemento para el ejercicio publicitario de su programa fundamental: instalar la certeza de la revolución infinita en la sociedad venezolana. Por eso, en parte, la gerencia pública tiene cada vez menos peso, menos trascendencia, menos información, menos transparencia, menos control... mientras, se desarrolla ante nosotros, con inédita fuerza, un Estado televisivo. El tiempo de la televisión no tiene límites. Es el tiempo ideal para el Gobierno. Chávez, en cadena nacional y doblado al chino, habla de las viviendas que entregará en 2018, dando por descontado que, en ese año, él y su programa seguirán al aire.
También su gobierno ya es un género televisivo.
El caso de los estudiantes, esta misma semana, es otro ejemplo significativo. Lo que resulta irritante para el oficialismo, lo que todos ellos saben pero no han podido jamás contrarrestar, es su consecuente falta de convocatoria y de liderazgo en las universidades públicas, espacio de tradición de rebeldía y resistencia, de pensamiento crítico y disidencia de izquierda, en todo el país.
Ahí, el Gobierno no ha logrado ganar una elección de importancia, no ha conquistado grandes instancias de poder.
Todos, o casi todos, los llamados líderes estudiantiles del oficialismo son un producto mediático. Su base es Chávez.
Su acción supuestamente revolucionaria se reduce a los medios. En ellos, también, es más importante la telegenia que el trabajo político.
La imagen de todos ellos, encerrados en un estudio de una televisora privada, mientras los otros jóvenes caminaban por las calles y eran recibidos por la Asamblea Nacional, terminó siendo contraproducente para el oficialismo. Desnudó el patetismo de su soledad en el ámbito estudiantil. Eso son. Justamente eso. Unos pocos en un foro, delante de tres cámaras. Su única legitimidad está en la televisión.
Al principio de este proceso, el Gobierno cuestionaba a la oposición y denunciaba que su única acción, que su única relación con el país se producía a través de las cámaras de la TV. "Vayan a los barrios", decía. "Recorran el territorio.
Hablen con la gente". Probablemente, en más de un caso, tenía razón. Mucho le ha costado a cierta oposición empezar a establecer otra relación con los venezolanos, conocer y aprender del país que parecía estar invisible en 1998.
Pero, doce años después, en su afán por atornillarse al poder, el Gobierno es ahora un espejo de lo que antes tanto criticaba.
En Abecedario, un libro fascinante que navega entre el diario y las memorias, Czeslaw Milosz se pregunta: "¿Quizás ya no hay otra realidad que la inventada?". Tal vez esa pregunta flota hoy sobre nosotros. La dedicación mediática del Gobierno es insólita.
Pasan más tiempo en la televisión que en el país.
Metáfora cruel: el Presidente nos habla en chino para seguir teniendo rating.
abarrera60@gmail.com
Conjunto de artículos sobre temas variados de naturaleza política, social, económica, humorísticos, y filosóficos; publicados, o por publicarse en diferentes páginas web, o medios impresos; escritos por mi persona, o por otros autores; y que abarcan problemas relativos a Venezuela, América Latina, y el resto del mundo.
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domingo, 20 de marzo de 2011
viernes, 18 de marzo de 2011
FRANCISCO RIVERO V: ¡CHÁVEZ: EL TSUNAMI QUE LLEGÓ A VENEZUELA!--EUD--18--06--11--
Chávez: el tsunami que llegó a Venezuela
FRANCISCO RIVERO VALERA | EL UNIVERSAL
viernes 18 de marzo de 2011 12:35 PM
El tsunami llegó a Venezuela hace 12 años, con Chávez. No fue el resultado de un fenómeno geofísico, como el tsunami de Japón, producto de un terremoto de 8.9 grados; sino de una tremenda metida de pata política. No ha sido un desastre de aparición súbita, con olas gigantescas de 10 metros, sino un proceso de destrucción lenta y progresiva del país, a fuerza de comunismo crudo. No ha sido una situación inductora de solidaridad humana, con unificación nacional e internacional alrededor de un país en estado crítico, sino la promoción de la polarización de la población en el empeño de querer implantar en Venezuela una ideología del siglo XIX
Pero, ambos tsunamis también son semejantes. Son destructivos. Arrasan con todo lo que encuentran por delante. Destruyen la economía. Como el tsunami de Japón que ha causado pérdidas económicas que ascienden a unos 35 mil millones de dólares, según Worldwide. Y requiere de 123 mil millones de dólares para reflotar la economía, según la banca internacional.
Pero, el tsunami chavista ha ocasionado la destrucción de la economía venezolana de tal manera que, a pesar de disponer de un billón de dólares, o sea: un millón de millones de dólares de ingresos, nos tiene casi en la ruina, en bajada y sin frenos. Y, de paso, con ganas de llorar, por no decir otras palabras, al pensar que esos 123 mil millones de dólares para reflotar la economía de Japón son apenas el 12,3% de los ingresos totales de nuestro país. Esto es lo que se llama: tsunami comunista y ruina económica por pésima gestión de un gobierno patético.
Ídem, los tsunamis también son comparables en destrucción de la vida humana, la infraestructura y la productividad. Verbigracia: en Japón, el gobierno estima en 10 mil las pérdidas humanas; destrucción de 73 mil edificios, según noticias Kyodo; caída de las exportaciones, deterioro de la vialidad y destrucción de extensas áreas de producción agropecuaria. Por su parte, el tsunami chavista tiene corresponsabilidad en la muerte violenta de 150 mil venezolanos en 10 años, 16 mil solo en el año 2010; destrucción de la producción agropecuaria e industrial con la expropiación de más de 3 millones de hectáreas activas y de 5 mil empresas. Y, el colmo, solo ha cancelado 8 mil millones, de los 23 mil millones, según Ecoanalítica, de las transferencias al sector público de todo lo que tenga evidencias de productivo, bajo el apatusco de ser área de interés social. Esto es lo que se llama: ganar indulgencias con escapulario ajeno, acabando, de paso, con las indulgencias y con el escapulario. Fin de mundo.
Pero, la destrucción de la vialidad por el tsunami chavista es otra cosa. El deterioro de las carreteras de nuestro país es tan grave que las llaman las carreteras de las malas palabras porque los viajeros hacen su viaje gritando vulgaridades al pasar por cada hueco o reductor de velocidad que encuentran en la vía. Y, de ñapa, como signo del profundo atraso en que nos tiene sumergidos, esas envidiables carreteras también disponen de los más modernos sistemas de señalización de peligro, importados de Cuba: cauchos viejos, palos con bolsas de supermercado, cajas de cartón y otras cosas más.
En conclusión, los tsunamis pasan y arrasan pero permiten resurgir con un futuro mejor. Y gracias a Dios, terminará el tsunami chavista en el 2012 y comenzará a resurgir de inmediato la Venezuela democrática que todos queremos. Que así sea.
riverovfrancisco@hotmail.com
FRANCISCO RIVERO VALERA | EL UNIVERSAL
viernes 18 de marzo de 2011 12:35 PM
El tsunami llegó a Venezuela hace 12 años, con Chávez. No fue el resultado de un fenómeno geofísico, como el tsunami de Japón, producto de un terremoto de 8.9 grados; sino de una tremenda metida de pata política. No ha sido un desastre de aparición súbita, con olas gigantescas de 10 metros, sino un proceso de destrucción lenta y progresiva del país, a fuerza de comunismo crudo. No ha sido una situación inductora de solidaridad humana, con unificación nacional e internacional alrededor de un país en estado crítico, sino la promoción de la polarización de la población en el empeño de querer implantar en Venezuela una ideología del siglo XIX
Pero, ambos tsunamis también son semejantes. Son destructivos. Arrasan con todo lo que encuentran por delante. Destruyen la economía. Como el tsunami de Japón que ha causado pérdidas económicas que ascienden a unos 35 mil millones de dólares, según Worldwide. Y requiere de 123 mil millones de dólares para reflotar la economía, según la banca internacional.
Pero, el tsunami chavista ha ocasionado la destrucción de la economía venezolana de tal manera que, a pesar de disponer de un billón de dólares, o sea: un millón de millones de dólares de ingresos, nos tiene casi en la ruina, en bajada y sin frenos. Y, de paso, con ganas de llorar, por no decir otras palabras, al pensar que esos 123 mil millones de dólares para reflotar la economía de Japón son apenas el 12,3% de los ingresos totales de nuestro país. Esto es lo que se llama: tsunami comunista y ruina económica por pésima gestión de un gobierno patético.
Ídem, los tsunamis también son comparables en destrucción de la vida humana, la infraestructura y la productividad. Verbigracia: en Japón, el gobierno estima en 10 mil las pérdidas humanas; destrucción de 73 mil edificios, según noticias Kyodo; caída de las exportaciones, deterioro de la vialidad y destrucción de extensas áreas de producción agropecuaria. Por su parte, el tsunami chavista tiene corresponsabilidad en la muerte violenta de 150 mil venezolanos en 10 años, 16 mil solo en el año 2010; destrucción de la producción agropecuaria e industrial con la expropiación de más de 3 millones de hectáreas activas y de 5 mil empresas. Y, el colmo, solo ha cancelado 8 mil millones, de los 23 mil millones, según Ecoanalítica, de las transferencias al sector público de todo lo que tenga evidencias de productivo, bajo el apatusco de ser área de interés social. Esto es lo que se llama: ganar indulgencias con escapulario ajeno, acabando, de paso, con las indulgencias y con el escapulario. Fin de mundo.
Pero, la destrucción de la vialidad por el tsunami chavista es otra cosa. El deterioro de las carreteras de nuestro país es tan grave que las llaman las carreteras de las malas palabras porque los viajeros hacen su viaje gritando vulgaridades al pasar por cada hueco o reductor de velocidad que encuentran en la vía. Y, de ñapa, como signo del profundo atraso en que nos tiene sumergidos, esas envidiables carreteras también disponen de los más modernos sistemas de señalización de peligro, importados de Cuba: cauchos viejos, palos con bolsas de supermercado, cajas de cartón y otras cosas más.
En conclusión, los tsunamis pasan y arrasan pero permiten resurgir con un futuro mejor. Y gracias a Dios, terminará el tsunami chavista en el 2012 y comenzará a resurgir de inmediato la Venezuela democrática que todos queremos. Que así sea.
riverovfrancisco@hotmail.com
ARGELIA EIOS: ¡BAJO SOSPECHA!--EUD--18--03--11--
Bajo sospecha
Gadafi, como Chávez, y como todos los de su casta, quiere y exige una nueva oportunidad
ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
viernes 18 de marzo de 2011 12:00 AM
Allí está, gargareando explicaciones; intentando exponerle al electorado los motivos que le animan. Si se hubiera concentrado en cumplir sus promesas, hoy sobrarían las palabras y no estaría en el trance en que se le observa. Una gran obra de gobierno le habría facilitado la tarea: bregar una reelección en estas circunstancias es mucho más que una misión espinosa. Tras dos períodos completos -más la ñapa de la relegitimación- y un legado tan deslucido, el presidente Chávez no puede hacer otra cosa que inventarse una gran razón para justificar sus aspiraciones. Esa es su mayor inquietud en este momento: tratar de impedir que el país lo identifique como a un hombre adicto al poder, a quien la primera magistratura se le ha transformado en un vicio irrefrenable; en una anomalía psicopática que le descalifique para participar en la carrera.
Con 42 años empotrado en su carpa de mandamás, Gadafi -como todos esos despreciados "libertadores" del Medio Oriente- libra hoy una sangrienta batalla provocada por la misma causa. Al coronel libio -ejemplo apropiado en el debate venezolano- le ha resultado insuficiente mantenerse durante más de cuatro décadas en el poder. Como Chávez, y como todos los de su casta, quiere y exige una nueva oportunidad. La negativa le ha resultado inadmisible. Sin motivos para reanimar las expectativas de su pueblo, a Gadafi no le ha temblado el pulso para aniquilar a sus compatriotas. Quiere imponer su perpetuidad a sangre y fuego, conforme lo hacen quienes, disfrutando del poder durante largos períodos, se enferman al aferrarse a él desenfrenadamente, sin atender a limitaciones ni a escrúpulos morales.
La decadencia de la revolución libia es hoy una prueba del despropósito que contienen los mandatos prolongados. No es la única, desde luego, pero ésta cobra importancia en nuestro patio por la relación amistosa de sus comandantes y porque el drama describe bien cuánto daño pueden provocar a sus países aquellos que se relacionan con el poder en forma lujuriosa... Con sus obvias diferencias, el caso Libio se asemeja al venezolano al representar ambos, en sus respectivas dimensiones, una saga de los gobiernos en mengua, cuyas grandes promesas quedaron reducidas a la vanidad que el poder engendra. Gadafi no pudo reinventar motivos para justificar su apetencia y apeló a las balas. En esta campaña por su reelección, el nuestro procurará refinar sus intenciones para ocultar la voracidad que el poder le provoca. Pero allá, lejos y cerca, estará su amigo, ajustando cuentas y recordándonos siempre cuán dañino es que un hombre retenga el poder en sus manos por tanto tiempo. Esperemos a ver si los argumentos de Chávez lo liberan de las sospechas.
argelia.rios@gmail.com
twitter @argeliarios
Gadafi, como Chávez, y como todos los de su casta, quiere y exige una nueva oportunidad
ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
viernes 18 de marzo de 2011 12:00 AM
Allí está, gargareando explicaciones; intentando exponerle al electorado los motivos que le animan. Si se hubiera concentrado en cumplir sus promesas, hoy sobrarían las palabras y no estaría en el trance en que se le observa. Una gran obra de gobierno le habría facilitado la tarea: bregar una reelección en estas circunstancias es mucho más que una misión espinosa. Tras dos períodos completos -más la ñapa de la relegitimación- y un legado tan deslucido, el presidente Chávez no puede hacer otra cosa que inventarse una gran razón para justificar sus aspiraciones. Esa es su mayor inquietud en este momento: tratar de impedir que el país lo identifique como a un hombre adicto al poder, a quien la primera magistratura se le ha transformado en un vicio irrefrenable; en una anomalía psicopática que le descalifique para participar en la carrera.
Con 42 años empotrado en su carpa de mandamás, Gadafi -como todos esos despreciados "libertadores" del Medio Oriente- libra hoy una sangrienta batalla provocada por la misma causa. Al coronel libio -ejemplo apropiado en el debate venezolano- le ha resultado insuficiente mantenerse durante más de cuatro décadas en el poder. Como Chávez, y como todos los de su casta, quiere y exige una nueva oportunidad. La negativa le ha resultado inadmisible. Sin motivos para reanimar las expectativas de su pueblo, a Gadafi no le ha temblado el pulso para aniquilar a sus compatriotas. Quiere imponer su perpetuidad a sangre y fuego, conforme lo hacen quienes, disfrutando del poder durante largos períodos, se enferman al aferrarse a él desenfrenadamente, sin atender a limitaciones ni a escrúpulos morales.
La decadencia de la revolución libia es hoy una prueba del despropósito que contienen los mandatos prolongados. No es la única, desde luego, pero ésta cobra importancia en nuestro patio por la relación amistosa de sus comandantes y porque el drama describe bien cuánto daño pueden provocar a sus países aquellos que se relacionan con el poder en forma lujuriosa... Con sus obvias diferencias, el caso Libio se asemeja al venezolano al representar ambos, en sus respectivas dimensiones, una saga de los gobiernos en mengua, cuyas grandes promesas quedaron reducidas a la vanidad que el poder engendra. Gadafi no pudo reinventar motivos para justificar su apetencia y apeló a las balas. En esta campaña por su reelección, el nuestro procurará refinar sus intenciones para ocultar la voracidad que el poder le provoca. Pero allá, lejos y cerca, estará su amigo, ajustando cuentas y recordándonos siempre cuán dañino es que un hombre retenga el poder en sus manos por tanto tiempo. Esperemos a ver si los argumentos de Chávez lo liberan de las sospechas.
argelia.rios@gmail.com
twitter @argeliarios
sábado, 12 de marzo de 2011
ELOY TORRES ROMÁN: "EL HOMBRE NUEVO"
Eloy Torres Román
EL hombre nuevo
--( En www.2001.com.ve, marzo 12, 2011 )--
En el siglo XX, todo aquel que haya vivido el comunismo, es decir: nacer en su medio o bien, ingresar en sus filas, encantado por el ideal comunista, se habrá topado con la expresión “El hombre nuevo”. Hoy, en pleno siglo XXI, los venezolanos despertamos en una mañana improvisada y escuchamos esa frase. No terminamos de digerir el sonido de las balas en los barrios y en otros sitios que no son tan barrios, cuando, de boca de ciertos personajes, escuchamos disertar sobre el “hombre nuevo”.
Este paradigma se le atribuye, con razón, a Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) quien bajo la influencia de Chernichevsky y su libro ¿Qué hacer?, exaltó la figura de Rahmetov, personaje principal de esa obra, como el paradigma del revolucionario a seguir. El escrito es de un escaso valor literario, pues es un panfleto. Mas, sin embargo, refleja la dimensión de las convulsiones sociales de la Rusia zarista; y expresa cabalmente al nihilismo, como actitud filosófica dominante en los círculos intelectuales rusos.
No obstante, para los comunistas, “El hombre nuevo”, como concepto, ha sido el gran gancho axiológico, con el cual, varias generaciones, fueron ancladas a partir de la realidad existencial rusa. Luego, cuando esas mismas generaciones conocieron las condiciones reales y tangibles de cómo era ese laboratorio para formar al “hombre nuevo”, apostaron y siguen apostando por una sociedad huérfana de iluminados y de falsos mesías, empeñados en cambiar los tiempos. Por ejemplo, el tiempo pasado, como referencia vivencial, siempre es malo. No es casual que el tiempo pudiese ser modificado en la novela “1984” de Georges Orwell. El pasado, según los comunistas, es impredecible; el presente, en tanto que obligado (¿acaso, por fuerza natural, no lo es?) constantemente aparece como lucha, batalla, combate, y en cambio, el futuro es presentado como una apuesta al reino de la libertad y el bienestar. Ese tiempo, en manos de los comunistas, siempre es promisorio. Obviamente, como quiera que el futuro es incógnito, el hombre pude caer en la tentación de creer en la citada prédica sobre el hombre nuevo.
El comunismo, como sistema totalitario, siempre nos muestra la imagen del mesías, apuntando con su dedo al futuro que lo transforma todo. Ahora bien, su omnipresencia se transforma en el factor dinamizador de la sociedad, en tanto que ella es marginada. Es un sistema social que destruye los factores sociales que le brindan cohesión, en aras de implantar un esquema centralista para limitar la libertad a escala general. Es un poder que induce y estimula la desintegración de la sociedad para sustituirlo por el culto a la personalidad de un individuo montado en un aparato represivo.
En su esencia, el comunismo suscita el infantilismo. A partir de la predisposición lúdica del infante se estructura la noción del “hombre nuevo”. Este busca la resocialización del infante; es más difícil hacerlo con adultos. El poder comunista estimula pedagógicamente “el hombre nuevo”, pero como quiera que éste siempre fracasa en su empeño de borrar la antropología, entonces, utiliza el miedo y la represión, como medios eficaces para “implantar” su teoría del “hombre nuevo” con carnet rojo. El comunismo lo que crea es un frankenstein, sin valores ni educación, ni sentido crítico, pues centra la educación en la promoción del “hombre nuevo”, como epígono de un individuo, como el único factor dinamizador de la sociedad y ello es un gran atraso. En el siglo XXI, es como salir corriendo detrás de un hombre a caballo, como decía Andrés Eloy Blanco.
EL hombre nuevo
--( En www.2001.com.ve, marzo 12, 2011 )--
En el siglo XX, todo aquel que haya vivido el comunismo, es decir: nacer en su medio o bien, ingresar en sus filas, encantado por el ideal comunista, se habrá topado con la expresión “El hombre nuevo”. Hoy, en pleno siglo XXI, los venezolanos despertamos en una mañana improvisada y escuchamos esa frase. No terminamos de digerir el sonido de las balas en los barrios y en otros sitios que no son tan barrios, cuando, de boca de ciertos personajes, escuchamos disertar sobre el “hombre nuevo”.
Este paradigma se le atribuye, con razón, a Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) quien bajo la influencia de Chernichevsky y su libro ¿Qué hacer?, exaltó la figura de Rahmetov, personaje principal de esa obra, como el paradigma del revolucionario a seguir. El escrito es de un escaso valor literario, pues es un panfleto. Mas, sin embargo, refleja la dimensión de las convulsiones sociales de la Rusia zarista; y expresa cabalmente al nihilismo, como actitud filosófica dominante en los círculos intelectuales rusos.
No obstante, para los comunistas, “El hombre nuevo”, como concepto, ha sido el gran gancho axiológico, con el cual, varias generaciones, fueron ancladas a partir de la realidad existencial rusa. Luego, cuando esas mismas generaciones conocieron las condiciones reales y tangibles de cómo era ese laboratorio para formar al “hombre nuevo”, apostaron y siguen apostando por una sociedad huérfana de iluminados y de falsos mesías, empeñados en cambiar los tiempos. Por ejemplo, el tiempo pasado, como referencia vivencial, siempre es malo. No es casual que el tiempo pudiese ser modificado en la novela “1984” de Georges Orwell. El pasado, según los comunistas, es impredecible; el presente, en tanto que obligado (¿acaso, por fuerza natural, no lo es?) constantemente aparece como lucha, batalla, combate, y en cambio, el futuro es presentado como una apuesta al reino de la libertad y el bienestar. Ese tiempo, en manos de los comunistas, siempre es promisorio. Obviamente, como quiera que el futuro es incógnito, el hombre pude caer en la tentación de creer en la citada prédica sobre el hombre nuevo.
El comunismo, como sistema totalitario, siempre nos muestra la imagen del mesías, apuntando con su dedo al futuro que lo transforma todo. Ahora bien, su omnipresencia se transforma en el factor dinamizador de la sociedad, en tanto que ella es marginada. Es un sistema social que destruye los factores sociales que le brindan cohesión, en aras de implantar un esquema centralista para limitar la libertad a escala general. Es un poder que induce y estimula la desintegración de la sociedad para sustituirlo por el culto a la personalidad de un individuo montado en un aparato represivo.
En su esencia, el comunismo suscita el infantilismo. A partir de la predisposición lúdica del infante se estructura la noción del “hombre nuevo”. Este busca la resocialización del infante; es más difícil hacerlo con adultos. El poder comunista estimula pedagógicamente “el hombre nuevo”, pero como quiera que éste siempre fracasa en su empeño de borrar la antropología, entonces, utiliza el miedo y la represión, como medios eficaces para “implantar” su teoría del “hombre nuevo” con carnet rojo. El comunismo lo que crea es un frankenstein, sin valores ni educación, ni sentido crítico, pues centra la educación en la promoción del “hombre nuevo”, como epígono de un individuo, como el único factor dinamizador de la sociedad y ello es un gran atraso. En el siglo XXI, es como salir corriendo detrás de un hombre a caballo, como decía Andrés Eloy Blanco.